El escándalo provocado entre altos funcionarios desde las primeras horas del lunes, opacó un hecho doloroso que no puede pasar desapercibido. La mañana de ese día, dos jóvenes del cantón El Tambo, provincia de Cañar, morían al caer de un avión que decolaba en Guayaquil con destino a Nueva York.
Aún resulta un misterio el modo en que los polizones ingresaron al tren de aterrizaje del avión, violando todas las medidas de seguridad del aeropuerto. Una de las investigaciones fiscales se enfoca en descubrir si ahí existe una red de tráfico de personas.
También se indaga a las redes de ‘coyotes’ que pudieran estar involucradas y que suelen operar en zonas rurales en las que venden la esperanza de un viaje sin contratiempos. Una de las hipótesis es que los jóvenes incautos pueden haber sido usados para probar una nueva manera de burlar los controles.
Estas dos lamentables muertes se suman a una estadística cruda sobre el peligro que conlleva ingresar ilegalmente a Estados Unidos en manos de los traficantes: desde el 2016 hasta la fecha, han sido repatriados 39 cuerpos de emigrantes de Azuay, Cañar y Morona Santiago, por accidentes de tránsito o por ahogamientos y enfermedades.
El sueño por lograr mejores condiciones de vida sigue en medio de estas pesadillas. El Estado, a más de dar oportunidades a sus ciudadanos, debe cuidar que no prosperen las actividades ilícitas en las que delincuentes lucran de la ilusión y la ingenuidad.