El grupo terrorista y fundamentalista Estado Islámico (EI), que amenaza la paz en Oriente Próximo, decapita a un tercer rehén en pocos días.
Ahora se trata del trabajador humanitario británico David Haines. El modus operandi responde a los conceptos más crueles que el terrorismo detenta. Un acto brutal contra un inocente y comunicado ante el planeta por millones de imágenes que se viralizan y reproducen y causan terror. Objetivo cumplido.
La tragedia de Haines suscita la reacción del primer ministro británico David Cameron que lo consideró un acto inmundo y prometió acorralar a los asesinos.
Para Gran Bretaña el asesinato tiene otra connotación grave. Los verdugos que aparecieron en pantalla desde días atrás tienen acento británico. Se supone que muchos adherentes a la causa criminal fundamentalista han nacido o vivido en distintos países de Europa y esta podría ser una clave para entender la complejidad del problema.
Hace pocos días el presidente de Francia, Francoise Hollande se sumó a la condena que días atrás llevó al presidente norteamericano Barack Obama a anunciar que efectuaría bombardeos a las zonas que ocupa militarmente el Estado Islámico en Iraq y Siria, aun sin el previo consentimiento del Congreso.
En Egipto John Kerry compromete la ayuda de la dictadura laica para luchar contra EI. Mientras el EI despliega su horror y muerte e impone censuras a las libertades, amenaza llevar la guerra ‘santa’ a varios países de la región. El mundo está en vilo.