La situación que vive el país exige generosidad y apertura de miras, unas metas ambiciosas y una actitud inteligente y desprendida.
Frente a la situación económica, no es realista decir que la crisis ha pasado.
Tampoco es exacto señalar a las manifestaciones como la causa de la baja de las inversiones. Las protestas en las calles detonaron por dos proyectos cuya autoría y espíritu corresponden al Ejecutivo y al movimiento oficialista. Las leyes de herencias y plusvalía desataron el germen del descontento y recordaron problemas acumulados estos años.
Esas tensiones sociales solo amainaron por los mensajes y la visita del Papa.
Pero las causas de una crisis de la que antes se había dicho ‘lo peor ya ha pasado’ se encuentran en otros aspectos que se cruzaron en la agenda de este complejo 2015: la caída del precio del crudo, unas ventas no petroleras con dificultades, un gasto público desmedido e inversiones nacionales y extranjeras pequeñas.
Las conversaciones instaladas por el Gobierno con los empresarios y el inicio de una agenda de 37 puntos apenas comenzada, reflejaron solo el instante siguiente a la aplicación de sobretasas y salvaguardias a 2 000 ítems. Pero el tema fue superado por las circunstancias.
El descontento de importantes grupos obreros, indígenas y sociales se suma a unas protestas que han sido satanizadas, y abona a la urgencia de señales potentes, como demandan los sectores productivos, para reactivar al país más allá del diálogo instalado que, cabe recordarlo, debiera ser sin exclusiones.