El luto genera una sensación de vacío, de impotencia, de extrema desazón. Es la fuerza brutal de una violencia real, de aquella que no está inventada ni es ficción sino diaria vivencia de muchas familias ecuatorianas. Un fotógrafo de 35 años, cuyo ojo sensible y creatividad se manifiesta en las fotos que con motivo de su muerte se han divulgado, cayó asesinado en Cuenca en la céntrica Calle Larga.
Su hermano es el Ministro del Interior; su madre, magistrada de la Corte Nacional de Justicia, y su padre magistrado de la Corte de Azuay. En el funeral, algunos políticos adelantaron criterios aventurados. El Presidente de la Legislatura dijo que la muerte podría ser fraguada por el crimen organizado. El Vicepresidente de la Asamblea fue más allá, habló de un sicariato oculto.Es obvio que un dolor de esta naturaleza obnubila, pero la palabra de autoridades políticas se debiera medir con mayor recato. Especialmente mientras las investigaciones policiales no arrojen resultados.
Esa idea surge de una realidad: la persistencia terrible de los crímenes violentos en el país. Las estadísticas lo demuestran. En el 2011 se cometieron 1419 asesinatos, y en lo que va del 2012, 1157.
Nadie puede negar que el Ecuador se transformó en una sociedad a la que la inseguridad y el miedo van ganando una batalla ante la impotencia oficial. La presencia del crimen organizado y los delitos permanentes que se imputan a sicarios muestran una dura realidad.
Que nadie hable más de percepciones, que no se atreva, y menos en esta hora de dolor. El pesar a los familiares del joven fallecido debe tener una respuesta oficial responsable y seria, lejos de la demagogia y los discursos, lejos de estigmas. La memoria de Juan Serrano lo merece.