De modo mayoritario y con un puñado de votos en contra, ente ellos Israel, EE.UU. y Canadá, la Organización de Naciones Unidas dota a Palestina y su causa de una nueva significación en el escenario mundial. Desde la creación del Estado de Israel (1947), con el apoyo ecuatoriano, la frontera para los territorios de Gaza y Cisjordania que corresponden al pueblo palestino no quedó debidamente delimitada. El mapa de la zona ha cambiado y la supervivencia de los dos pueblos en un territorio pequeño y muy poblado se tornó hostil, y ha marcado más de 60 años de disputas políticas, confrontación sangrienta y hasta tensión religiosa entre musulmanes y judíos.
Ni los encuentros de paz ni los acuerdos y compromisos ni la intervención mundial han resuelto el problema, y los radicales nacionalistas de ambos pueblos no dan su brazo a torcer.
Palestina ha logrado que se reconozca su Autoridad (ANP), y que tenga Gobierno sobre sus dos territorios, pero las propias facciones se han disputado visiones distintas del problema. Los ultristas de Hamas han optado por la lucha terrorista, con el apoyo de otros países árabes, para agredir a Israel. Este país, por su parte, ha empleado sin empacho su poderío bélico para intimidar a Hamas y a los violentos palestinos.
La más reciente confrontación dejó 150 muertos en Gaza y seis en Israel. La mediación egipcia fue eficaz pero no se sabe si el alto el fuego conducirá a una paz verdadera.
Por ahora en Naciones Unidas se abre una puerta para escuchar la voz palestina con más fuerza. El mundo tiene una cuenta pendiente y es la paz de esa región, así como una esperanza de vida para los pueblos de Israel y Palestina con territorios soberanos y fronteras seguras.