De cuando en cuando aparecen noticias que dan cuenta de muertes violentas en comunidades indígenas. Las autoridades civiles del país formal no salen de su asombro y reaccionan de manera tradicional.
Se mueven helicópteros, se desplazan fiscales e intendentes, se busca evidencias y se trata de identificar a culpables.
Más allá de la inquietante muerte y estupor que el hecho genera, está un país que aprobó una Constitución que habla de plurinacionalidad, pero que poco penetra en reflexiones para tratar de entenderla.
Los pueblos ancestrales que pueblan nuestro territorio se mueven con unas lógicas que la visión cultural que se impone no contempla ni quiere interpretar. Varias de las nacionalidades indígenas tiene lengua, costumbres, procesos sociales y productivos, que un grupo mayoritario de la sociedad urbana y mestiza no conoce. El pueblo Huoarani, nómada y guerrero, ha vivido en la vasta zona selvática, como muchos otros pueblos de la Amazonía ecuatoriana. Esa zona inmensa fue penetrada por las empresas explotadoras de petróleo; con ellas llegaron los caminos. La condición de las poblaciones no contactadas corre riesgo, como la naturaleza.
El ataque a los taromenane no es algo nuevo ni su solución se reduce a la aplicación de normas al margen de sus tradiciones. Comprender este tema tan complejo es una tarea retadora para el conjunto de la sociedad.