Comida, salud y economía

El Presidente de la República, una vez más, colocó un tema en su agenda sabatina, que suscitó el debate nacional.

Los medios recogieron ese debate y analizaron las aristas de un tema que tiene varias implicaciones de salud pública, educativas, fiscales y económicas.

Si la tesis del Presidente es meramente un tema de salud y se quiere reducir la recurrencia de enfermedades, como la obesidad, la hipertensión y la diabetes, cuyas cifras se han disparado en los últimos días, la propuesta suena muy coherente y sus propósitos, loables.

Pero cuando se habla de impuestos para paliar los efectos nocivos de la alimentación ya se entra en otro terreno.

Surge la pregunta sobre la efectividad de encarecer los productos y bajar su consumo cuando el telón de fondo es el de los malos hábitos alimenticios.

Los consumidores de hamburguesas y papas fritas, por ejemplo, son solo una parte de los ecuatorianos malnutridos y con tendencia a la obesidad. Muchos consumen diariamente arroz y pan y grandes cantidades de hidratos de carbono, que se transforman en azúcar.
Los productos fritos, la calidad del aceite y las dietas ricas en grasas y dulces están la mesa diaria y ninguno de ellos es necesariamente comida chatarra.

Si se trata de gravar solo a las grandes cadenas, el efecto será económico y nadie asegura la bondad fiscal de la medida.

El tema es de fondo. Pasa por una cultura de consumo, algo que merece otras acciones de carácter educativo y cultural, que no se corrigen con impuestos.

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