Por más de 20 años han funcionado en el país clínicas que ofrecen ‘rehabilitar’ a las personas de la homosexualidad, como si se tratase de una enfermedad.
La ciencia, en buena medida, ha tardado en aclarar las cosas, y la confusión fomentada desde creencias no comprobadas hasta los prejuicios sociales y la falta de educación, han mantenido vivo un debate que toca tópicos de comportamiento y de la libertad de las personas y sus preferencias sexuales.
Los medios de comunicación han mostrado la realidad de estos centros. La Fiscalía ha preferido tacharlos de centros de tortura. Es que mediante la intimidación psicológica, los castigos físicos y prácticas anacrónicas y aberrantes estos centros prometen falsamente ‘curar’ a los homosexuales, con baldes de agua helada lanzados a los cuerpos desnudos y atados durante las madrugadas, además de grilletes y sermones moralistas, configurando una metodología arcaica, denigrante.
Para llevarla adelante, los centros han contado con el consentimiento de las familias de los homosexuales. Es así como testimonios de mujeres lesbianas hallados en la reportería de EL COMERCIO hablan de secuestros.
Las autoridades debieran clausurar de modo definitivo tales centros e iniciar acciones legales que investiguen la comisión de delitos contra los derechos humanos y la libertad de las personas, así como la estafa que supone ofrecer una ‘cura’ absurda.