Lamentable. Toda la ilusión de amplios sectores ciudadanos que apostaron por una democracia abierta y participativa que superara los vicios de la política y el control del pasado, sucumbió ante la praxis de la revolución ciudadana.
Pese a las críticas que todavía se expresan gracias a la existencia de una prensa libre y plural que las ventila, el proceso de selección cuestionado y viciado, la dudosa prueba de admisión y el laberíntico sistema de selección arrojaron los peores resultados.
Sí, los peores, porque más allá de los nombres y las humanas aspiraciones de los ciudadanos que optaron por inscribirse en el proceso, los resultados no se parecen en nada a la expectativa creada.
Nos remitimos a las pruebas. Tres de los siete integrantes titulares del Consejo tienen relación con Ricardo Patiño, uno de los más conspicuos colaboradores del Gobierno y ministro en cuatro carteras diferentes. Además, otra de las vocales se identifica con el Gobierno de turno, lo cual la deslegitima.
Nadie desconoce, así mismo, que otros dos vocales han sido cercanos al Movimiento Popular Democrático, MPD. Y el restante ciudadano fue diputado por Sociedad Patriótica y es asesor parlamentario.
Si de lo que se trataba era de garantizar la independencia, el proceso ha sido un rotundo fracaso.
La función de estos vocales es ciertamente delicada, pues tendrán que nominar a las autoridades de control, que a su vez, para poder actuar, deberían tener plena independencia del Poder Ejecutivo.
Una vez más y con un ropaje de legalidad se hipoteca una alta función del Estado al poder político.
Así, el “poder ciudadano” nace subordinado.