El aspecto físico de una ciudad depende en buena medida de su limpieza. Quito, Patrimonio de la Humanidad y Capital Americana de la Cultura, luce sucia. Es responsabilidad compartida de las autoridades municipales y de los vecinos cambiar su cara.
Una serie de aspectos organizativos motivan cierto desorden en los procesos de recolección de basura. La ciudad estaba dividida en dos partes de modo estratégico. La recolección de una de ellas siguió siendo cubierta por la empresa que dependía del Cabildo, cuyas ineficiencias se arrastraron durante años.
La otra parte estuvo a cargo, durante un largo período, de una empresa privada, pero hace pocos meses esa responsabilidad volvió al Municipio, concentrando de nuevo en Emaseo esa importante tarea. En los primeros días el caos fue la norma.
Nuevos horarios de recolección, rutas inoperantes y confusión fueron superados paulatinamente. Pero la verdad es que Quito merece una nueva planificación en la materia que no solamente contemple pensar de nuevo los recorridos y horarios sino organizar en sus tareas a los vecinos. No está bien que condominios y restaurantes saquen la basura a la calle fuera del horario estipulado para el paso del vehículo recolector e inclusive, como se ha comprobado, se deje la basura en la vereda de otro inmueble. Los perros callejeros, que tampoco son una preocupación de entes sanitarios ni de la Municipalidad, se dan festines en las parvas de basura.
En las cercanías de puentes, quebradas y lugares baldíos la basura se acumula y, con el paso de los autos, se dispersa. Los conductores arrojan sus desperdicios por la ventana. Hay autobuses en que se recomienda a los usuarios con ‘cartelitos’ con una leyenda que es una afrenta a la limpieza. Un Quito limpio es la tarea es de todos los habitantes.