La crisis venezolana sigue escalando más allá del límite. No solo por el estado de su población sino por la tensión extramuros.
El nivel de polarización ha superado toda lógica. La revolución autodenominada bolivariana ha logrado ahondar las diferencias sociales e inequidades que ya existían en un país con profundas brechas económicas y bañado por la abundancia de los petrodólares.
Venezuela se acostumbró al derroche y la clase política tradicional abusó del dinero fácil y dio paso a un proceso de estallido social que se canalizó con la figura del líder Hugo Chávez.
El discurso grandilocuente del coronel, la destrucción de los rivales y su desprecio por la prensa libre extralimitaron las cosas. A su muerte le sucedió una persona elegida a dedo que no contaba con el carisma del caudillo y que no supo manejar la convulsión creada.
Con la pérdida de liderazgo, con el afán de los vientos de cambio en auge y con el desplome de los precios del petróleo, Venezuela entró en crisis.
Los pobres son más. Y la falta de comida se siente ante la inoperancia del poder acostumbrado a importarlo todo con el dinero que brotaba de la tierra.
Nicolás Maduro perdió la mayoría y se aferra al poder para impedir un referendo revocatorio. En ese escenario, las duras palabras del Secretario General de la OEA tuvieron una respuesta grosera de quien ha perdido legitimidad. Venezuela está al borde del abismo. Luis Almagro es partidario de aplicar la Carta Democrática de la OEA.