Las violentas protestas estudiantiles del miércoles y del jueves de la semana pasada en Quito continúan generando debate y dejando su huella en la sociedad ecuatoriana.
El domingo, luego de la detención de varias decenas de estudiantes y la noticia de su enjuiciamiento, vino la terrible imagen de la súplica por la libertad.
Los videos del 911 serán el instrumento para iniciar los juicios anunciados. Pero es llamativo cómo se utiliza una inculpación con ligereza. Mientras la autoridad es quisquillosa con el lenguaje que emplean los medios de comunicación y exige que se usen términos precisos como manda la ley, para respetar la presunción de inocencia, señala a los detenidos como autores de actos vandálicos. A más de la separación de los planteles pueden enfrentar juicios penales.
Los padres de familia no entienden razones y, pese a que no siempre pueden responder por los actos de sus hijos, expresaron, con sentimiento de emoción, súplicas a la autoridad por la libertad de los detenidos. Algo muy propio de una sociedad que asume la cultura cristiana y tiene arraigada la idea del arrepentimiento y el consecuente perdón divino.
La costumbre de los últimos años también abona en esa línea: con ofrecer disculpas públicas se borra todo pecado social y hasta se suprimen condenas.
El Presidente señaló ayer que el perdón se lo deben pedir a la ciudadanía. El Gobierno mantiene que los estudiantes hoy se están victimizando pese a su responsabilidad, y que los policías sancionados por excesos cayeron en la provocación.