Cuando de modo reiterado el presidente de la República se refiere a la necesidad de crear una atmósfera de libertad, está claro que hubo una carencia.
‘Se respira libertad y eso es maravilloso, y de a poco toda la gente va a ir dejando su comportamiento ovejuno’. Es la palabra de Lenín Moreno.
Como parte de esa libertad, el diálogo es, más que nada, una condición de la naturaleza humana y un valor de la cultura de convivencia en una sociedad democrática, diversa y plural.
El diálogo no busca tornar homogéneo el pensamiento y la acción bajo una égida vertical con una sola voz de mando y la respuesta obediente, sin objeciones y disensos, como si los seres humanos fuesen idénticos en su pensar.
Los diálogos abiertos por el Presidente pueden o no cumplir objetivos y propiciar consensos. No es una tarea fácil, pero al menos pueden ayudar a comprender las razones de los demás y aceptar otros puntos de vista distintos.
En cuanto a la libertad de expresión, la voz presidencial es reconfortante tras una larga década de tensiones entre el poder político y la instauración de leyes sancionadoras y controladoras para amedrentar el ejercicio del periodismo, y con él la libertad de expresión de toda la sociedad, vía indispensable para mejorar la democracia.
Las declaraciones son alentadoras, así como las iniciativas para plasmar un cambio consensuado. Pero al mismo tiempo es necesario hablar de las vías para concretar tales reformas.