El fin de semana volvió a ser de luto. 18 fallecidos en la provincia de Chimborazo obligan a cambios de una vez por todas.
En esta ocasión, dos familias pagaron con su vida la audacia de utilizar medios de transporte que sirven en las carreteras ecuatorianas. Un volcamiento de un camión militar en Tungurahua y más siniestros en la peligrosa avenida Simón Bolívar, al oriente de Quito, muestran la recurrencia del riesgo.
Los datos estadísticos que publicó este Diario hace poco mencionaban hasta junio 1 011 muertos en 14000 accidentes de tránsito. Heridos por miles y personas que como consecuencia de los impactos quedan con discapacidad parcial o total, ilustran el drama humano, social y económico de los choques en las vías del campo y la ciudad.
La accidentalidad que reflejan esas cifras está asociada a causas recurrentes: impericia, imprudencia, consumo de alcohol por parte de los conductores; fallas mecánicas o falta de revisiones vehiculares y aspectos del trazado de las vías como peraltes y sinuosidades.
Apenas un puñado de los cantones del país tiene equipos modernos de revisión de los automotores, una responsabilidad que pasó a sus manos sin los suficientes presupuestos para acometer en el adelanto tecnológico que la situación demanda de modo urgente.
Es indispensable volver a revisiones con más periodicidad: haber flexibilizado los controles fue una idea infeliz que trajo dolor. Hay que tener suficiente sensibilidad social y rectificar.