LOS ACCIDENTES SON DE TODOS

En los feriados y festividades, los datos estadísticos reflejan un aumento considerable de accidentes de tránsito. Esta vez la muerte truncó la ilusión de la Navidad para decenas de compatriotas.

Ya se ha hablado hasta el agotamiento de la falta de controles en las carreteras, de la responsabilidad de las autoridades de tránsito, de las poco exigentes y hasta corruptas normas para la entrega de licencias de conducir a quienes no están capacitados. También se han publicado centenas de reportajes sobre las corresponsabilidades empresariales en el control mecánico, la calidad de los vehículos, las exigencias a los fabricantes de carrocerías para el transporte masivo de pasajeros y la violación de los controles de exceso de pasajeros y de carga.

Una mezcla de todos estos aspectos ocasionó uno de los accidentes más graves que enlutó a una importante ruta manabita llenando al país de dolor.

Ahora debemos hacer una extensión a las responsabilidades ciudadanas. Muchas veces regresamos a ver a la autoridad como si de ella sola dependiera que los buses circulen repletos. ¿Cuántas veces subimos a un bus colmado, cuántas ocasiones somos conscientes del peligro tremendo que ese bus lleno representa y en cuántas de aquellas veces somos capaces de reclamar a los conductores, hacer notar a las autoridades, poner una denuncia por escrito o incluso bajarnos del autobús para no ser cómplices o víctimas de una posible tragedia?

Arriesgamos nuestra vida de manera irresponsable hasta que un día, en una curva de peralte pronunciado, allá donde la señalética no llega o se la robaron, sobreviene la tragedia. También hace falta una reacción colectiva. Los accidentes al fin y al cabo son de todos y a todos nos duelen porque nos dejan sus marcas imborrables.

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