Al Presidente de la República le obsesiona ser mayoría. En alguna medida, hay razones para ello. La fuerza principal de la revolución ciudadana fue constituir una nueva mayoría, allá por el año 2007, con la cual arrasó a la llamada partidocracia. Así ha gobernado el país y ante cualquier escollo o dificultad, cuando le faltan de argumentos o tiene necesidad de descalificar o imponer, el Gobierno siempre recurre al discurso mayoritario y desde allí justifica todo; desde allí apuntaló su Congreso de los manteles y el proceso constituyente; sustentó su metida de mano a la justicia y la concentración total del poder. La revolución ciudadana ha sido desde el inicio un fenómeno plebiscitario; su ancla principal, más que ideológica, se ha afincado en triunfos electorales y en altas calificaciones en los sondeos de opinión.
Es por eso que el Presidente tiene la necesidad no solo psicológica, sino política de repetir el mantra “somos más, muchísimos más”. Si no lo repitiera para sí mismo y para sus partidarios, su liderazgo perdería su piedra base de sustentación. Qué sería de él, si la gran mayoría de gente no lo adorara; si no fuera él único intérprete del pueblo.
Sin ser mayoría, y mayoría abrumadora, Correa tendría que conformarse con ser un gobernante como los demás; es decir, un gobernante obligado a respetar las normas y las instituciones; requerido de dialogar y negociar con actores que no son sus súbditos ni sus clientes, sino portadores de legítimos intereses y demandas. Sin ser abrumadora mayoría, nuestro presidente tendría que bajarse del pedestal que le permite descalificar todo lo que le disgusta; tendría que aceptar humildemente que la gente le ponga el pulgar abajo cuando transita por la calle, que le recomiende una dieta de yuca cuando lo percibe inflado o muy pesado. Cuando Correa dice e insiste “somos más, muchísimos más”, en realidad, lo que nos está diciendo es que él seguirá gobernando sin limitaciones; haciendo lo que quiera, sin detenerse ante nada, sin respeto a nada; que seguirá metiéndose con todo y con todos.
“Somos más, muchísimos más” son palabras que resumen la filosofía del correísmo; representan la esencia de una visión no democrática, en que las mayorías atropellan a las minorías y en que las instituciones no cuentan porque solo vale la voluntad del caudillo que encarna el favor popular. La frase busca transmitir que el líder detenta una fuerza superior, inigualada, que le autoriza a crear verdad. Una verdad inapelable que no admite cuestionamientos. Una verdad que se resuelve no con el intercambio de evidencia o razonamientos, sino numéricamente, con algo tan simple como llenar una plaza, un Primero de Mayo, con burócratas “invitados” y clientelas compradas. A eso se resume el debate para el oficialismo, el debate sobre país en miedo de una profunda crisis: Correa llenó la plaza, “somos más, muchísimos más”, Correa es dueño de la verdad, no hay crisis, todo está igual, no estamos en 2015, sino en 2007. Y ello, a pesar de que más de 100 000 a pocas cuadras marcharon gritando lo contrario.