Se oye en estos días -al igual que en la época en que la narcoguerrilla estuvo muy activa en el Putumayo- que el país no debe involucrarse en un problema ajeno. Pero tal parece que de poco sirve nuestra experticia en escurrir el bulto.
La verdad es que hemos estado involucrados en el narcotráfico desde hace décadas. A mediados de los setenta, Ecuador aparece como el lugar de origen de los cargamentos hacia Medellín, después de procesar la pasta de coca proveniente de Perú y Bolivia. La droga iba después al ávido mercado de Florida.
Ya habían pasado varios años desde que Pablo Escobar, capo de ese cartel, hizo su primer gran negocio con el silencioso jefe del clan de Loja. En un desplazamiento fue apresado en Machala, pero por arte de magia la droga se volvió harina. En 1988, estuvo preso en la cárcel de Tena junto a otros jefes regionales, entre ellos Gonzalo Rodríguez Gacha. Habían llegado con nombres falsos para estudiar la instalación de un gran laboratorio.
Tras la visita furtiva de un oficial policial, permanecieron detenidos tres días hasta cuando, en un sangriento operativo en el que participó un comando de las FARC asentado en el Putumayo, huyeron en un helicóptero. Para entonces, el perfil costanero ecuatoriano ya se había situado como una geografía apetecible dentro de la ruta de la droga.
Después hubo un cambio de actores -nuevos carteles, pequeños capos-, mientras que las técnicas habían ido “sofisticándose”. Según Inteligencia, las pistas aéreas ahora son sustituidas por las playas, aunque resulta curioso que desde el 2014 no haya sido capturada ninguna avioneta, excepto la última en Guayaquil hace pocos días, y esto debido a que se accidentó. Uno de los dos tripulantes había sido sentenciado hace poco.
Los pescadores artesanales de Manabí y Esmeraldas han sido reclutados masivamente para llevar cocaína; cientos de ellos están presos en cárceles extranjeras. En algunas poblaciones costeras de esas dos provincias se han instalado personajes sospechosos que controlan las playas y ahuyentan el turismo.
Hoy la atención se dirige a la zona de San Lorenzo, donde supuestos disidentes de las exFARC han dado duros golpes a la fuerza pública para amedrentar y seguir haciendo lo que han hecho durante años. Pero el narcoterrorismo no se limita a la frontera, está cómodamente instalado tierra adentro. Mientras tanto, las Fuerzas Armadas han sido debilitadas desde varios flancos.
Ante este panorama, quedan dos preguntas sin resolver. La primera: ¿es coincidencia o en el Ecuador se aplicó la misma lógica de otro país “bolivariano”, en cuanto a que las drogas son un problema de los consumidores, en especial de los decadentes Estados Unidos? La segunda: ¿hemos sido solo un país permisivo por razones ideológicas o llegamos a ser un narcoestado, donde el poder fue permeado?
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