La historia más conocida es la que nace con la ubicación en la Asamblea Constituyente durante la Revolución Francesa. Hacia la derecha estaban los moderados girondinos y los radicales jacobinos en el lado izquierdo.
Esa marca histórica se ha desarrollado bajo una perspectiva ideológica dual y simplista, pues ha cobijado en ambos sitios múltiples movimientos que se han caracterizado por diferentes contenidos y hasta contrapuestos, más declarativos que programáticos. Así, las marcas o estigmas han llegado a la modernidad convertidos en un maniqueísmo que se resume: los buenos a la izquierda y los malos a la derecha. A finales del siglo XIX y durante el siglo XX las diferencias ideológicas respecto a la denominada “cuestión social” primero, y luego con los efectos de la revolución soviética marcaron más que a una derecha e izquierda que eran etiquetas abstractas en posiciones reales ante el Estado, la propiedad y el mercado.
En la segunda mitad de esa centuria, luego de la derrota del nazismo y el racismo, la división de orígenes ideológicos cambió de eje por efectos de la Guerra Fría y se identificó con posiciones geopolíticas. La derecha y sus matices con las banderas del mundo libre o el imperialismo y la izquierda con el totalitarismo soviético o la revolución, pues los clichés sirven y se ajustan en función de los objetivos políticos.
En América Latina, luego de los azarosos tiempos después de la Independencia y hasta conformarse los “Estado Nación”, la diferencia fue muy marcada entre el clericalismo y su antípoda: liberales y conservadores. Luego de la separación de la Iglesia y el Estado se dio origen a una convivencia secular, las controversias se esfumaron al extremo de que se la diferencia entre conservadores liberales consistía en que los primeros acudían a la misa públicamente y los liberales en las nieblas del amanecer.
El Ecuador preelectoral del 2016 ha sido un laboratorio para observar que estas piruetas de posición sirven para concluir que el término derecha es un pretexto hábilmente utilizado por el régimen para dividir y evitar una peligrosa unidad. Para eso, parte de la dirigencia social y de organizaciones indígenas protagonizan, consciente o ingenuamente, el dramático papel de “tontos útiles”.
Pero tampoco debe olvidarse que la extrema derecha -con sus matices y caretas- siempre ha existido y que, en defensa de sus preceptos económicos ha estado vinculada a gobiernos autoritarios y represivos. Además, poco entendieron los principios de la justicia social proclamados por la Iglesia Católica y, en la actualidad, la práctica del desempleo con caracteres alarmantes permiten concluir que esa variable social responde solo a la mecánica de mercado sin ninguna otra consideración.
Hoy están de plácemes porque luego del imparable descalabro socialista es probable, como un péndulo perverso, que se imponga “un capitalismo salvaje”.