Circunstancias económicas que debieron haberse prevenido para adoptar las oportunas precauciones, se han presentado antes de lo esperado. Durante los años de gobierno de la revolución ciudadana las exportaciones de petróleo llegaron a 90 mil millones de dólares, mientras que en los siete años de administraciones anteriores no alcanzaron un tercio de esa cifra.
Los gobiernos que le antecedieron tuvieron que arreglárselas con ingresos muy inferiores a los percibidos en la era Correa, sin sumar el endeudamiento público ni las ventas anticipadas de petróleo.
Se optó por el capitalismo de Estado, haciendo propia la consigna mussoliniana: todo dentro del Estado, nada fuera de este. Se amplió sin medida el tamaño de la administración pública, creándose decenas de ministerios, agencias y unidades, a punto de convertir el Estado en lo que Octavio Paz llamó el Ogro Filantrópico.
La burocracia pasa del medio millón de empleados, con salarios que igualan o superan a los que paga la iniciativa privada. Los trámites administrativos son una pesadilla y la Función Judicial un caos, porque ni jueces ni ciudadanos entienden las nuevas leyes.
A pesar de la bonanza, nada se hizo para racionalizar subsidios inconsultos, como el gas y las gasolinas; mas, por el contrario, con una política populista y clientelar se crearon nuevos para captar adeptos. Desde el estatismo se relegó a la empresa privada, castigándola con centenas de resoluciones tributarias y el Gobierno optó por realizar inversiones que pudieron encargarse al sector privado, guardando recursos para financiar obras y servicios indelegables del Estado y para conformar un banco de reservas. Al cabo de casi una década, cuando la solución es tardía, se busca una alianza con la empresa privada, como si esta medida diera resultados inmediatos. Lo que dejó de hacerse por perjuicios y razones ideológicas, hoy se promociona con escondido arrepentimiento.
La proclama de las sabatinas y del discurso oficial ha sido “nunca volver al pasado”, sinónimo de desgobierno, partidocracia y corrupción. Durante ese pasado que se ha pretendido borrar de la historia, los sucesivos gobiernos se manejaron con menos de la cuarta parte de los ingresos percibidos por el que nos preside, habiendo logrado, a pesar de ello, un modesto desarrollo. Todo indica que el destino llevará a la revolución ciudadana a gobernar en las condiciones que apretaron a sus antecesores y veremos, entonces, si es capaz de alcanzar mejores resultados.
Cuando menos tenemos razones para dudar, porque el regreso al pasado no es producto del azar, sino consecuencia de un equivocado manejo de la economía nacional. No estaríamos retornando al pasado si se hubiese seguido el consejo bíblico de llenar el granero para la era de las vacas flacas. También son prueba del regreso al pasado las manifestaciones callejeras que han vuelto por los mismos motivos de ayer.