Lo malo de los extremos

Lejos de corregir un defecto que se hace crónico, el Ecuador se empeña en agravarlo. Va de una banda a otra, sin equilibrio ni recato. El daño que esto causa es difícil de medir, pero es evidente que cada vez la sociedad es menos racional, menos equilibrada. De un presupuesto de un país pequeño, que, por lo mismo, no alcanza para cubrir las necesidades elementales, se pasa al derroche apenas aparece una fuente mayor de ingresos. No otra cosa es el aumento exponencial del gasto público en los últimos años, sin medida ni control. El efecto en la economía es el de la partida del caballo de carreras y la parada del burro: los excesos permitieron que crezca la economía, en la que todos nos acostumbramos a dilapidar. Así se explica el culebrón de la compra de los terrenos por el Ministerio del Ambiente al ISSFA: sobra la plata y hay que comprar, al precio que sea y como sea. Y ahora, la contracción obligada afecta a todos.

La ampliación de los servicios del IESS, sin financiamiento específico, explota cuando faltan los recursos, con el agravante de que el Gobierno se va al otro extremo: suspende la obligación legal de aportar para el Fondo de Pensiones, poniendo en serio riesgo su futuro.

La proliferación de universidades que prostituyen la concesión de títulos y consagran la mediocridad es afrontada sustancialmente bien y, a renglón seguido, las correcciones adecuadas se empañan normando todo tan al extremo, que pone en riesgo su existencia: las acciones e intenciones gubernamentales con la Universidad Andina y la Flacso son extremas a la par que repudiables y, de prosperar, privarán al país de dos centros de excelencia.

El Congreso se elegía cada dos años de tal manera que todos los gobiernos perdían sus diputados y la gobernabilidad se amenazaba por la irracionalidad opositora. Ahora el remedio es peor que la enfermedad: se establecen mecanismos que convierten a los órganos democráticos en dependencias del ejecutivo, con lo que es imposible que la corrupción y el abuso no campeen. La sana razón impone volver a la renovación parcial de los cuerpos colegiados -por mayorías y minorías- para evitar las elecciones traumáticas del todo o nada, que alimentan la formación de gobiernos débiles o gobiernos autoritarios.

En la relación, necesaria y conveniente, entre gobierno y oposición, pasa lo mismo: el gobierno sosteniendo que todo lo que hace es perfecto y la oposición desconociendo todo y conspirando contra elementales conceptos de estabilidad y democracia. Ningún gobierno hace todo bien, ni todo mal. Lo equilibrado es reconocerlo y continuar con lo bueno. Y aceptar los errores no es debilidad, es sensatez. Encapricharse y no dar el brazo a torcer solamente produce daño, al país y, tarde o temprano, a los encaprichados. Así, con todo en los extremos, el país se desgasta y todo se interrumpe, lo bueno, no lo malo.

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