Hace algo más de un año, cuando el peso argentino empezaba a perder terreno frente al dólar de la calle, la Mandataria de ese país hacía una invocación. Solicitaba a los ciudadanos de ese país que apostaran a la moneda nacional, ella misma aseguraba que sus ahorros en la divisa americana los iba a convertir en moneda local. Pasado el tiempo, le debe haber ido muy mal a la Presidenta con esa colocación, porque desde que hizo ese pedido la depreciación de la moneda local en el país austral ha sido de casi el 100%. Es más, casi se diría que todo ha salido al revés de lo planteado por las autoridades económicas, cuando las reservas internacionales han caído ostensiblemente y la economía se halla urgida de divisas. La fuerte normativa en materia cambiaria y la incertidumbre generada parece que más bien estimuló a la población a hacerse de dólares a cualquier precio, empujando el valor de la divisa hacia arriba, lo que de hecho debe haber castigado a la población que no tiene la posibilidad de ahorrar en esa moneda. Paradójicamente, los beneficiados deben encontrarse entre las clases acomodadas que, con anticipación, transformaron sus reservas en divisas más sólidas.
El ejemplo suele repetirse de tanto en tanto en los países sudamericanos y, como nadie aprende en experiencia ajena, es muy común observar que reiteradamente se diseñan políticas, se hacen normas, con la pretensión que no salgan capitales de los países o que retornen los que han salido.
Muchas de las veces el efecto es el contrario de lo que buscan las autoridades. A más controles e intervencionismo disminuye el flujo de divisas que ingresan a los países, para, con el tiempo, provocar serios inconvenientes a sus economías.
En cambio, en los países en que hasta el momento el intervencionismo estatal ha sido menor, la cotización de sus monedas si no ha estado al alza, al menos se mantiene por períodos extendidos.
Los casos de Chile, Colombia, Perú son emblemáticos. A esos países fluyen recursos de extranjeros y de nacionales que miran con interés el desenvolvimiento de sus economías, por lo que se sienten atraídos a llevar sus capitales buscando mejores rendimientos para los mismos.
Hoy más que nunca parecería que los capitales no tiene fronteras. Basta recordar que, luego de la Primera Guerra Mundial, los alemanes pudientes llevaban sus reservas a bancos de países que habían sido sus enemigos huyendo de la incertidumbre.
Con nuevas tecnologías el movimiento de capitales se ha acentuado y en poco efectivas se convierten esas normas que pretenden inmovilizarlos. Lo más seguro es que, más bien, generan desconfianza y aquello es la receta más contraproducente para asentar la economía sobre bases sólidas. Los mensajes claros e inequívocos son esenciales para dar robustez a los sistemas.
Cualquier medida cuya implementación pueda dar pie a conclusiones erradas podría constituir un bumerán que lesione la confianza. De ahí que los ejemplos de países cercanos son siempre reveladores.