Citas presidenciales como la Cumbre de las Américas tienen la bien ganada fama de ser un espacio para la retórica, sin incidencia práctica. La última no fue la excepción, pues abundaron los buenos deseos de mejorar las relaciones hemisféricas pero no hubo decisiones sobre problemas acuciantes como la crisis de Venezuela o la situación de los inmigrantes ilegales.
Sin embargo, la Cumbre de Panamá fue un termómetro de cómo están los gobiernos y bloques en un momento de cambio paradigmático de la economía mundial, que ciertamente incide en el éxito de los modelos neopopulistas basados, más que en la productividad y el conocimiento, en la bonanza de precios de materias primas como el petróleo.
Varios gobernantes llegaron a la cumbre con serios déficits. La presidenta chilena Michelle Bachelet prefirió no asistir, no solo por las catástrofes naturales en el norte de su país sino por las denuncias de corrupción alrededor de su familia y por un creciente pedido de reinstitucionalización nacional.
Con menos popularidad pero más agallas, la brasileña Dilma Rousseff parece haber querido abstraerse por unas horas de los graves líos de corrupción que aquejan a su partido y que terminaron por sumir en una crisis a la joya de la corona, Petrobras. En el nuevo entorno de colapso de los precios del crudo, el daño causado a Petrobras parece ser doblemente grave.
A Rousseff le quedaron arrestos para pedir la liberación de los opositores presos en Venezuela, algo que desde luego no entra en
los discursos de otros presidentes de izquierda. Tampoco han hecho énfasis en la falta de alimentos para la población venezolana, fruto del despilfarro y la ineficacia pero que algunos siguen justificando con el discurso de la conspiración externa.
Es llamativo que el argumento que entregó en bandeja de plata la administración Obama al presidente Maduro -al haber declarado hace más de un mes a Venezuela como “amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos”, como parte de un formulismo para sancionar a siete militares venezolanos- no haya alcanzado el peso que hubiera tenido en otras cumbres. Obama cosechó los frutos de su histórico giro en la política hacia Cuba. Aparece como un líder influyente en la región, con autoridad y recursos. Las perspectivas de la mejora de
la relación bilateral tienen grandes implicaciones, sobre todo económicas.
Venezuela, ahora en aprietos, ya no es el gran benefactor centroamericano y latinoamericano, mientras que Estados Unidos parece estar recuperando el liderazgo mundial perdido, con estrategias como los acercamientos con Irán y Cuba, sin mencionar su creciente influencia como productor petrolero.
¿Se pone otra vez de moda la frase ‘es la economía, estúpido’, que se hizo famosa en la campaña de Bill Clinton en 1992? Por suerte, acá tenemos bastantes economistas.
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