Ahora que se ha derrumbado el precio del principal producto de exportación e ingresan menos divisas al país, se señala como uno de los elementos que agravan la situación el hecho de estar dolarizados. Se ha indicado, y efectivamente algo hay de cierto, que países como Colombia han respondido a la crisis depreciando el valor de su moneda. En otras palabras, se lamenta el hecho que no podamos realizar aquello que se hacía en los años en los que circulaba el sucre: devaluar para que el aparato estatal tenga más dinero, recibiendo igual o menor cantidad de dólares por sus exportaciones. En consecuencia el costo de la crisis se le pasaba a los que percibían ingresos en moneda nacional que, de emisión en emisión, observaban que su poder adquisitivo se iba deteriorando cada día más. Pero no solo eso. Probablemente se añora aquellos tiempos en que existía absoluto control de cambios, entonces era el Estado el que administraba las divisas y decidía el monto de moneda extranjera que ponía en el mercado. Algo parecido a lo que sucede hoy en Argentina, donde el dólar de la calle casi duplica al oficial. Ni hablar del país de la cuna del ‘socialismo del siglo XXI’, donde incluso es tipificado como delito realizar transacciones de compra venta de divisas por fuera de los canales oficiales.
Realmente en dolarización no es posible aquello. En su época, en el país patagónico, en tiempos de la convertibilidad, para sortear la rigurosidad que ese sistema exigía se inventaron los famosos ‘patacones’, que no eran otra cosa que papeles emitidos por el gobierno que servían para realizar determinadas clases de transacciones. Simplemente, el sistema no resistió y se vino abajo desatando una de las crisis políticas más graves, que fue la puerta para el ascenso del kirchnerismo.
Lo cierto es que la dolarización, sin ser la panacea, ayudó a la recuperación económica del Ecuador luego del desastre bancario, pero su implementación exigía disciplina; y, por sobre todo, ante la imposibilidad de emitir, era imperioso buscar la manera de atraer divisas desde el exterior. No se lo hizo. Por un lado, el gasto público alentó el consumo y por ende se elevó el monto de compras en el exterior. Por otro, los mensajes enviados desde el Gobierno no eran nada atrayentes para la inversión. A más de los recursos por exportaciones también entraban los valores de los préstamos externos hasta que al parecer, al momento, los desembolsos han disminuido significativamente.
No caben, en consecuencia, comparaciones que en otro momento daban pie a las críticas. ¿O acaso nos lamentamos que no corregimos parte del problema por la vía del deterioro de la capacidad adquisitiva de los salarios? Lo que si resulta indispensable es tomar las medidas adecuadas dentro del esquema vigente, para evitar mayores complicaciones. En esa orientación, el principal aporte que se puede realizar desde los estamentos oficiales es enviar mensajes claros, que generen un clima apto para la inversión descartando propuestas que alteren la tranquilidad de los mercados.