La economía ha dejado de ser una ciencia de especialistas; ahora todos entienden de economía, menos los especialistas. Los ciudadanos saben que algo va mal antes que los gobernantes y los expertos. Aunque, por desgracia, casi nada puedan hacer para evitar que llegue la crisis y los aplaste. Los programas y las lecturas especializadas de economía están de moda y todos hacen cábalas y pronósticos del futuro. Los políticos, expertos en promesas, ahora se contentan con negar o justificar el problema.
La crisis es de dimensiones mundiales y no es solo económica sino que arroja dudas acerca del modelo capitalista y el sistema democrático del siglo XXI. Uno de los profetas de fama, que vende libros de economía como si fueran novelas de aventuras, dice que a la economía se le llama la ciencia lúgubre y que se merece el calificativo. El grado de dificultad que tiene el arte de gobernar ha conducido a copiar modelos fracasados, a ofrecer soluciones imposibles, a desacreditar modelos de aparente eficacia.
Ecuador sufre esa etapa de lóbregas perspectivas; sabe que viene una crisis, quiere entender lo que está pasando y lo que ocurrirá en el futuro, pero no resulta fácil porque solo hay versiones contradictorias. La palabra crisis se ha convertido en tabú y tapón, no se avanza más porque el debate se queda en la definición de los conceptos y la verdad de los indicadores.
El debate entre el Gobierno y la oposición no pasa del dintel del problema. Uno dice que los depósitos han caído, el otro que los depósitos se han incrementado. Uno dice que el modelo es el problema y el otro que el modelo es la solución. Uno que el país no va a crecer en el 2016, el otro que va a crecer. El ex vicepresidente Dahik dice que no manejan la realidad, que salgan de la manipulación; y el ministro Rivera responde que miente, que está desactualizado, que le teme a las cifras.
Se supone que entre economistas no debieran tener problemas para ponerse de acuerdo en las cifras y los indicadores, pero no. Si dice uno que andan suplicando créditos para pagar sueldos, asegura el otro que han conseguido miles de millones para inversiones rentables. Como si no existiera la aritmética, asegura uno que hay déficit en la balanza, caída de la producción, desempleo, morosidad; y el otro que hay un programa que defiende el empleo, la industria, la dolarización y está al día con el 90% de los proveedores.
En estas condiciones las perspectivas no pueden ser más lóbregas. Si no se reconoce el problema, si no son fiables las cifras, si el endeudamiento está oculto, los contratos son secretos y los logros se esfuman; hay buenas razones para temer. Si se cree que el modelo económico es un éxito, que estamos mejor que los otros países de la región, que “el empleo es un éxito en la historia del país”, estamos condenados a ver que la crisis siga su camino.