La nueva coyuntura económica que atraviesa el Ecuador y Latinoamérica es difícil. La caída de los precios del petróleo, y de las materias primas en general, la disminución de la demanda china de nuestras exportaciones, la apreciación del dólar, la fuga de capitales, los eventos climáticos y otros efectos que aparecen como presagios de una nueva crisis.
Históricamente, estos problemas de inserción internacional suelen aparecer cada vez que parece que estamos mejorando. Cuando el café brasileño dominaba los mercados, los países ricos incentivaron su cultivo en otros países y tumbaron los precios. Con el petróleo se está jugando, por enésima vez, mediante una sobreoferta y la especulación.
Es la hora de realizar ajustes. Las salvaguardas llegaron en el momento oportuno, pero no son suficientes sin la optimización de la producción nacional. Este nuevo contexto demanda también una alta dosis de realismo. Nos enfrentamos no solo a la crisis externa. Un indicio: en los últimos días, millares de ecuatorianos han acudido a Colombia, a comprar mercancías en pesos devaluados. Pero pocos se han fijado que esas tiendas del vecino país no gastaron un céntimo en publicidad: buena parte de la prensa ecuatoriana les hizo la campaña de promoción. Hay que defender la liquidez interna.
No obstante, los ajustes venideros no deberían dirigirse a la cintura de los pobres, como era costumbre en la época neoliberal, y tampoco deberían paralizar la gestión del Estado. Ecuador, a la última crisis 2008-2009, respondió con más inversión pública, algo que sonó a herejía. Pero funcionó, mientras las soluciones típicas neoliberales produjeron desempleo y desahucios en España, Portugal, Grecia e Italia.
El renombrado economista canadiense Marc Lavoie informa que ahora la economía tradicional considera que una crisis económica demanda más inversión pública, algo que Ecuador hizo. La inversión pública debe centrarse en dar más empleo mediante obras que sean inicios de programas sociales. Joseph Stigliz, el premio Nobel de Economía, llama a no caer en las ‘políticas de la estupidez económica’ (contener demanda e inversión). Pero también es necesario cambiar la composición del gasto, en particular aumentar la eficiencia y la proporción del componente propio. Parece que al menos buena parte de los gobiernos sudamericanos están decididos a responder así a esta nueva crisis.
Eso nos lleva a una solución a mediano plazo que, sin embargo, es la más sólida. Solo una integración latinoamericana efectiva nos salvará de estar sometidos a las corrientes caprichosas del mar capitalista. Debemos ser protagonistas y no espectadores de la nueva arquitectura financiera internacional, fortaleciendo iniciativas como el Banco del Sur, y lograr la cartelización de las exportaciones sudamericanas para defender los términos de intercambio monetarios y evitar deteriorar más los términos de intercambio ecológicos. Cuando la patria grande sea de todos, entonces sí estaremos por el camino correcto, como continente.
Fander Falconí
Columnista invitado