Para los convencidos, la conferencia de cambio climático de Durban fue toda una pesadilla. Significa en términos simples que las casas del vecindario se nos están inundando, pero el barrio apenas se ha puesto de acuerdo en tener una reunión de acuerdos en tres años más. No hay acuerdos sustantivos para detener -peor aún disminuir- los gases que están causando los estragos climáticos que vemos cada año. Miles de ONG, grupos colegiados y pequeños países convencidos no pudieron con la fuerza del contexto. La verdad es que este es el peor momento para un nuevo acuerdo de cambio climático. Y todos lo sabían. Para empezar, Europa -que siempre ha sido la más entusiasta con el medioambiente- se encuentra en una crisis sin precedentes de la cual todavía no ha salido. Y su reciente acuerdo es solo el anuncio de un camino más difícil. ¿Cómo esperar que pongan toda su fuerza negociadora en Durban cuando estaban tratando de usarla para mantener a sus socios dentro de la Unión, en primera instancia?
Pero hay una segunda razón, más poderosa y más simple: estamos viviendo un nuevo boom de la extracción y explotación de minerales, gas y, por supuesto, petróleo alrededor del mundo. Dada la crisis generalizada en otras áreas productivas, muchos ven a la extracción como la más obvia tabla de salvación. Esto fue clarísimo cuando Canadá, un país tradicionalmente abanderado de la causa ambiental, abandonó abruptamente su vinculación con el acuerdo. Canadá acaba de descubrir muchos yacimientos de oro, bauxita, cobre, hierro. Eso sin contar con sus arenas petrolíferas y gas. Por supuesto, no va a renunciar a la explotación de este nuevo Klondike y prefiere destinar su dinero a investigación en mitigación ambiental, antes que en un acuerdo sin esperanzas. África también ha experimentado un boom de descubrimientos en minerales y gas, pero es China quien está sacando el mejor provecho de ello. Ante la caída de la demanda industrial, los minerales pueden compensar lo suficiente. Y qué decir de Estados Unidos y su nuevo ‘boom’ gasífero, presente en la mayoría de los Estados de la unión. Hoy en día hay miles de finqueros que viven de las rentas del gas.
En medio de la crisis económica internacional, nadie quiere hacer promesas que no va a querer cumplir. Si hay algún gobierno que haya renunciado al ‘boom’ extractivista actual, por favor que tire la primera piedra.
Así que, los países isleños o ribereños más afectados deberán empezar a comprar provisiones y a desarrollar programas de prevención de desastres naturales a gran escala.
Me temo que el tiempo para los ajustes graduales y a cuenta gotas se ha acabado.
Entraremos en una era donde los ajustes tendrán que hacerlo las regiones que tengan alguna institucionalidad o, si no, los países por separado.
La gobernanza global, al menos en este tema particular, no ha pasado de ser un gran mito.