Dueño de la imprenta

Se nos ha repetido una y otra vez que la libertad de expresión solo tenía el dueño de la imprenta. La aseveración iba acompañada de otra declaración solemne según la cual el dueño del medio decide lo que se publica y lo que se oculta; los críticos más audaces insinúan que el dueño del medio fabrica la realidad.

Poco a poco ha ido cambiando el centro de gravedad de la información hacia el sector público y hemos llegado ya al punto en el cual el dueño de la imprenta es el Gobierno.

Ahora se nos repite, una y otra vez, que la causa de los males ecuatorianos reside en la carencia de una moneda nacional que nos impide la devaluación, como hacen los países vecinos. Esta aseveración va acompañada de la declaración solemne de que si el gobierno tuviera una moneda propia, los problemas estuvieran resueltos.

En el fondo está la convicción de que el dueño de la imprenta, de los billetes, es quien crea la riqueza y no los productores de bienes y servicios. Hemos llegado al punto en el cual el Gobierno desea ser el dueño de la imprenta, de billetes.

Los economistas cavilan acerca de la conveniencia de las devaluaciones, en determinadas circunstancias, para mantener la competitividad en los mercados. Otros señalan que la devaluación provoca enseguida el incremento de precios, que los competidores devalúan también su moneda y se neutraliza el efecto de la devaluación. Que cavilen los economistas; los ciudadanos lo que sabemos es que hemos disfrutado un período de 15 años de estabilidad de salarios y precios gracias a que el Gobierno no es el dueño de la imprenta.

Nicolás Maduro de Venezuela es dueño de la imprenta de billetes y no ha resuelto el problema económico. Maduro “oculta” la devaluación manteniendo el dólar oficial a un precio ficticio de 6,3 bolívares cuando en el mercado libre está a 600 bolívares por dólar. El mismo gobierno tiene un dólar de 200 bolívares para algunos productos. En este caótico manejo se dan casos increíbles y se ofrece un amplio margen a la corrupción. Se puede llenar el tanque de gasolina por un centavo de dólar, pero un teléfono inteligente, a la cotización oficial, puede costar 47 000 dólares.

La devaluación del peso colombiano es tema de moda, pero el precio no lo fija el gobierno sino el mercado y, aunque ahora el peso ha sufrido una gran devaluación, ocurre después de una década de revaluaciones.

En febrero del 2003 el dólar costaba poco menos que ahora, alrededor de 3 000 pesos.

Lo que realmente importa es un sistema económico que fomente la creación de bienes y servicios, es decir de riqueza, y la distribuya adecuadamente mediante los impuestos y la generación de empleo.

Cuando los gobiernos gastan demasiado, generan la ilusión de que manejan muy bien la economía, pero apenas se produce algún desequilibrio, queda al descubierto la triste historia del gobierno rico en pueblo pobre.

lecheverria@elcomercio.org

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