En estos días, no abunda el espíritu navideño en esta ciudad. A medida que los miembros del Congreso regresan a casa para las fiestas de fin de año, existe la creciente sensación de una amenaza en el horizonte. La gente trata de no hablar de la toma de posesión de electo Donald Trump el 20 de enero, pero rara vez el tema está ausente de las conversaciones.
En la recepción navideña de la Casa Blanca a los medios de comunicación, realizada la semana pasada, los periodistas especulaban si sería la última celebración de este tipo de los próximos años. Cuesta imaginar que Trump, con su actitud hostil a la prensa, sea el anfitrión de un evento así, saludando estoicamente junto con su esposa Melania a cada invitado por separado, como Barack y Michelle Obama hicieran a lo largo de ocho años. Un periodista bromeaba con que la próxima recepción navideña se realizaría en el Hotel Internacional Trump, inaugurado hace poco en la misma calle que la Casa Blanca, y que habría que pagar en la barra.
Por supuesto, si la recepción navideña fuera el único precedente que Trump y su equipo rompiesen, nadie estaría tan preocupado. Pero hasta ahora Trump ha mostrado tal nivel de indiferencia a las normas y reglas, tanto desprecio a los límites y tal imprevisibilidad, que el ánimo predominante entre demócratas y republicanos es la incertidumbre y la incomodidad. La inquietud va más allá de Washington: muchos ciudadanos comunes y corrientes de Estados Unidos y otras partes del mundo temen genuinamente lo que ocurra en el gobierno de Trump.
Dado el carácter caprichoso de Trump, muchos buscan pistas en sus nombramientos al gabinete para entrever la dirección en que irá el país en los próximos cuatro años. Los resultados no son nada tranquilizadores, no en menor medida porque ha demostrado predilección por escoger generales para dirigir entidades civiles (tres hasta ahora), e incluso más todavía porque, de ser confirmados por el Senado, varios de los nominados de Trump encabezarán agencias a cuyas misiones se han opuesto en el pasado.
Betty DeVos, a quien eligió como Secretaria de Educación, es una acaudalada heredera cuyos intentos previos de privatizar las escuelas de Michigan acabaron en desastre. El futuro Secretario del Trabajo, Andy Puzder, es propietario de una cadena de comida rápida que se opone a elevar el salario mínimo hasta niveles de supervivencia ni a ampliar la paga por tiempo extra; de hecho, su compañía ha incumplido las leyes sobre horas adicionales. El senador Jeff Sessions, a quien nombró como Fiscal General, no siente gran respeto por las leyes sobre derechos civiles o la inmigración.
Después tenemos a su opción para dirigir el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano. Ben Carson (el neurocirujano retirado que apoyó a Trump tras abandonar las primarias republicanas) no tiene mucho entusiasmo por los programas sociales ni las iniciativas de vivienda justa.
Project Syndicate