‘El genial manipulador de un régimen sustentado en las apariencias y ansiosamente engrandecido por el espectáculo”. A la sombra del poder de un líder o caudillo hay quien calibra la atmósfera, domina la comunicación, sitúa al personaje en el escenario y promueve a categoría de política de Estado a la propaganda. A tal punto lo logra, que convierte “al acto por la palabra o hace de la palabra el acto mismo”. Tiene una “diabólica capacidad de encontrar los mecanismos de persuasión”. Sustituye a la parte por el todo, al individuo lo hace pueblo. Identifica el afán de lo majestuoso, dirige la pasión a sí mismo y la transforma en elemento de combustión de la hoguera del discurso que manipula sensaciones propias y extrañas. Tras esa puesta en escena, el autoritarismo y la autosuficiencia cumplen un papel vital en la construcción de la ideología hasta alcanzar por una parte la veneración de quienes rodean al líder y por otra la conquista de un espacio de poder absoluto, excluyente, que desprecia la opinión ajena y aborrece el pluralismo.
El doctor se convierte en gran censor de la prensa, copa los espacios con opiniones favorables y descubre el espacio de inclusión de los excluidos, exacerba la esperanza, emite sentencias mágicas, lo transforma en discurso y en ideología en sí misma. “Su apuesta por la estética es tan firme y consciente que decide sentir, como si las ideas fueran solo los poros abiertos por los que se precipita la realidad”. “Él prefería la fuerza del gesto como recinto adecuado de la palabra”. Está donde debe estar y se siente fascinado por la capacidad del líder de manipular a los individuos. Para él, tanto el socialismo cuanto el nacionalismo eran elementos esenciales en el nuevo discurso revolucionario que se repetía mil veces.
Sabía de sobra el “valor de una propaganda simple, ruin, brutal, como mecanismo de conquista de la atención de las masas y de una ferocidad que no dejará espacio para el debate (‘) la palabra no estaba destinada a comunicar un argumento sino que se constituía en sí misma un arma, cuya veracidad era menos importante que su resonancia, su solemnidad, su excitación, la impresión de potencia y de impunidad que provocaba pronunciarla’”.
Tras del triunfo electoral se cierran filas, vendrá la expulsión de los disidentes tratados con igual rigor que los rivales a los que consideran indignos de tener una voz distinta al movimiento único que se construye con paciencia. “La propia fuerza se alimentaba de la incoherencia, la fragmentación y la debilidad del adversario”.
Era el hombre más poderoso del Tercer Reich, Joseph Goebbels, conocido como el doctor. Vale la pena leer al respecto ‘Todos los hombres del Fuhrer’, de Ferrán Gallego, de donde extrajimos estas citas.
Este artículo fue publicado el 26 de diciembre del 2008.
Hoy como nunca, vuelve a cobrar vigencia.