El doctor House

Hace rato que ‘Doctor House’ es una de las series más vistas en el mundo, así que tarde o temprano uno tiene que preguntarse cuál es el encanto de este médico arrogante, excéntrico, patojo, desaliñado, que se atiza calmantes como tostado y se salta las normas como cualquier caudillo iluminado.

La primera respuesta parece fácil: su perfil muestra el lado opuesto de esos galenos de blanco inmaculado y sonrisas ídem cuya estirpe se remonta al doctor Kildare de los años 60, y a sus guapos sucesores, tipo George Clooney, quienes reflejaban, más que la realidad, el sueño del ‘establishment’ médico y de mujeres que anhelaban contraer de inmediato alguna dolencia que las pusiera en sus sabias y delicadas manos. Frente a ellos, House, muy bien caracterizado por Hugh Laurie, genio de la Medicina que transgrede las normas, sí, pero hasta ahí no más pues, groserías aparte, cumple mejor que cualquiera con su misión de salvar vidas. Se le perdonan exabruptos y termina convirtiéndose en macho adorable, superior, tanto que han escogido al cincuentón como ícono de L’Oreal.

Porque transgresor de verdad era Kevorkian, el ‘Doctor Muerte’ que practicaba la eutanasia, tema que difícilmente despierta fantasías eróticas o cosméticas. Sin embargo, todas las series médicas explotan la atracción morbosa que ejerce el hospital, lugar de la sangre, los tumores, el dolor, la angustia, donde los enfermos se han entregado a fuerzas superiores, en esa lucha atávica entre la vida y la muerte, semejante a la lucha que llevan los detectives contra el crimen en cualquier novela negra.

En ‘House’ esta estructura policial se halla en la base de todos los capítulos desde que su creador planteó hacer una ‘C.S.I. médica’ donde todos mienten y los investigadores deben descubrir a las bacterias asesinas antes de que terminen con la víctima. Por ello, el modelo del doctor bizarro no son los médicos correctos sino Sherlock Holmes, de quien hereda rasgos como la adicción a las drogas, el espíritu de observación, la capacidad deductiva, hasta el bastón, el gusto musical y el número de domicilio. Lo gracioso es que a fines del XIX, Conan Doyle se había inspirado en un famoso médico de Edimburgo para crear a su detective Holmes. Eso se llama rizar el rizo y volver a los orígenes.

Subordinados siempre a la personalidad dominante de House, los guiones son intrépidos, con ricos diálogos y anécdotas a ratos delirantes como la de aquella buza que se infectó con algún virus de un galeón holandés hundido hace tres siglos. Para descifrarlo, House necesita traducir del holandés la bitácora del capitán y se conecta con una prostituta de las vitrinas de Ámsterdam, única que camella a medianoche. ¡Y hasta yo me lo creo, Virgen Santa!

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