Durante los últimos días, el Ministerio de Educación se ha pronunciado a favor de reducir la carga administrativa que tienen los maestros públicos. Reconoce que las tareas burocráticas –trámites que no agregan valor- han crecido demasiado.
Este tipo de deberes abundan en las escuelas: planes incumplibles, vaciado de matrices y formularios, informes para múltiples comisiones, acopio excesivo de evidencias para todo. No se aprecia utilidad significativa. Se sospecha que muchas tareas son apenas revisadas o definitivamente ignoradas.
La decisión ministerial ha sido sensible frente a una problemática cotidiana de la educación. Y esto es positivo. Así lo han reconocido todos los actores, empezando por los docentes.
En este marco, caben algunas reflexiones como la gravedad de la situación, que tiene años de vigencia. El tiempo docente no es infinito, tienen techos. Lo que se agrega en un ámbito, se resta en otro. Por eso la problemática es doble: se consume esfuerzo en tareas burocráticas inútiles, y, se absorbe espacio y tiempo del aprendizaje, corazón del sistema educativo. Muchos docentes ante la falta de espacios para discutir, optan por el acomodamiento y la resistencia. A su manera.
Asumen las tareas como imposiciones externas y cumplen el “mínimo indispensable” que les evite sanciones. Los dispositivos y matrices –que tampoco se explican a cabalidad- pierden significado. Esta carga excesiva, siendo importante, no es el problema mayor. En realidad es expresión final de una problemática de fondo.
Se trata del modelo educativo que da vida a estos excesos. Un modelo con sello tecnocrático que se ha desbordado… silenciosamente, sin validaciones. Con una envoltura de modernización y eficiencia.
Disminuir la carga, como ha decidido con acierto el Ministerio es una solución muy valiosa, pero parcial. Porque no se trata solo de tiempo y cargas. La “sobre-tarea” obedece a instrucciones y normativas que no son casuales ni transitorias.
Son lineamientos duros que provienen de autoridades, equipos técnicos y asesores. Que expresan comprensiones sobre la educación, el rol docente, el aprendizaje.
Todos los caminos apuntan a una necesidad impostergable: una evaluación fina e integral del modelo educativo instalado. Resulta legítimo y sano que la actual dirigencia ministerial revise el legado que recibe. Dejar ver el estado de situación, los sustentos del modelo, sus limitaciones y aportes, nos servirá a todos y al país. Para dar continuidad y fuerza a los aciertos.
Para corregir las falencias. Para inventar alternativas. Y todo con una sola obsesión: mejorar los aprendizajes de los estudiantes.
La apertura de los actores es la condición para que este ejercicio valorativo resulte integral, participante, proponente. La “sobrecarga docente” podría ser una oportunidad de lujo para dialogar, acercar visiones, concebir futuros…
Muy acorde a los vientos que soplan…