El debate público, en torno a las consecuencias prácticas de la multiculturalidad, ha dejado de lado la discusión de su premisa esencial: el relativismo moral, posición defendida por quienes consideran que no hay valores morales superiores. Niega la existencia de parámetros que permitan a unos seres humanos juzgar las acciones de otras culturas como moralmente inferiores.
En el extremo opuesto se encuentran los que defienden la existencia de absolutos morales, que permitirían establecer la corrección o incorrección de cualquier conducta. Así, lo humano -en el sentido kantiano-, es universal y permite determinar la bondad o maldad de cualquier acción, en todo tiempo y lugar.
La Constitución del 2008 brinda argumentos a las dos posiciones; su texto marcado por la ambigüedad, cuyo contenido deja al lector con la sensación de que se buscó obsesivamente la “novedad”, supuestamente transgredir, romper los moldes “impuestos” por el constitucionalismo occidental y su ideas del Estado-Nación, sin importar su coherencia.
Intenciones aparte, el producto es bastante más cercano al constitucionalismo europeo de posguerra: se reconoce la importancia de los derechos, la supremacía y el carácter normativo de la Constitución. El sumak kawsay –el buen vivir- como un valor/objetivo/principio, se dice, recupera la “cosmovisión” de los pueblos ancestrales, su mayor novedad conceptual. Relacionamos relativismo moral con una disputa entre culturas con matrices de comprensión diversas, pero en la práctica la vaguedad valorativa se ha convertido en elemento central del discurso, algo que parece un traje a medida del proyecto político –casi- hegemónico, cuyo designio inmediato es mantenerse en el poder.
“¡No voy a permitir que se clientelice y utilice a los más pobres!”, se dijo a propósito de ofertas de incremento del bono por los candidatos de oposición, pero en la memoria tenemos presente que el autor de esta declaración fue candidato y realizó la misma oferta en campaña.
Hace pocas semanas la bancada oficialista se rasgaba las vestiduras en defensa de Julián Assange, cuyo mérito mayor es haber creado un canal de difusión para miles de correos electrónicos robados. Ahora los mismos personajes piden sanción a quienes “robaron” correos electrónicos que permitieron descubrir un manejo corrupto y abusivo de recursos administrados por el Estado.
Se presenta como inmoral el lucro excesivo de la banca, USD 300 millones al año. Días más tarde el autor de esta crítica visitó un centro de investigaciones financiado por quien tiene una fortuna de tres billones de dólares y ha pedido su asesoría. Pragmatismo puro, lo moralmente correcto es lo que sirva al proyecto político ¡viva el relativismo extremo! Pachamama, Dios, buen vivir, derechos, ciudadanía y revolución, menú que se adapta a cualquier necesidad de una campaña desigual.