En los últimos años líderes políticos de América Latina se han destacado más por sus frases desatinadas que por un accionar coherente entre “el verbo y la carne”. Lo que se dice en forma seria no se cumple y lo que se afirma de manera incoherente se resalta y subraya en un juego retórico sin sentido ni valor. Se recurren a los dislates para distraer a la sociedad y generar un debate dominado por la espectacularidad a veces, pero por sobre todo por el desatino y el delirio. Un jefe de Estado de estas características puede opinar sobre las propiedades negativas del pollo para generar calvicie y homosexualidad sin ninguna base científica pero al mismo tiempo posponer los recursos y la acción del Estado para reducir los niveles de pobreza y exclusión que sufre su pueblo. El denominado “socialismo del siglo XXI” pareciera tener en su catecismo este libreto con el que el presidente pasa a ser uno igual que los demás sustituyendo su labor de mandatario por la de cantante de mariachi o émulo de bailarín. Todo cabe en la imaginación de quienes dicen que con ello interpretan el “carácter nacional” cuando en realidad lo que hacen es acentuar la necesidad de gobiernos serios y dedicados a la tarea compleja y a veces aburrida de mover la burocracia hacia los propósitos más urgentes.
No es casualidad que los presidentes de este carácter sean los que colocan a su pueblo en posiciones de desarrollo mientras los demagogos e incapaces procuran disfrazar su incompetencia con frases incoherentes que convierten a sus países en un chiste de mal gusto.
El recurso de llamar la atención a como dé lugar procurando con eso soslayar el trabajo responsable que requiere cualquier gobierno se ha convertido en parte de un libreto repetido que como tal no solo cansa sino aburre y causa pena. Requerimos gobernantes no solo probos sino dedicados con seriedad y compromiso a la labor de gobernar. En algunos países de América Latina varios comediantes y cuenta-chistes realizan campañas a favor de candidatos políticos con lo que en realidad al tiempo de reflejar la realidad política del subcontinente hunden en el descrédito a la democracia como sistema político que requiere soluciones serias a problemas de igual carácter.
Ahora los han dejado sin empleo porque los mismos políticos en muchos países realizan la misma labor.
La prensa sin proponerlo cae frecuentemente en el juego que establece el líder político jacarandoso e inútil con lo que el debate democrático pierde no solo perspectiva sino valor social.
La política resulta finalmente degradada y la democracia se convierte en un sistema político al servicio de los pícaros e incompetentes para quienes los dislates se han convertido en ideología viva.