La mayoría de ocasiones los premios, galardones, homenajes, principalmente si provienen del poder, deben ser objeto de sospecha. Pero cuando recaen en personas que han dedicado toda su vida a la palabra, a la enseñanza y a un compromiso crítico fuere cual sea el poder de turno, se hace justicia. Los reconocimientos si algún valor tiene es que, aun cuando sea esporádicamente, sacan a relucir la obra y la producción de un creador. Confrontar su pensamiento con el momento en el que esa persona se desenvuelve y materializa su actividad creativa es orientador. Si en la coyuntura sirve para demostrar que es posible ser trascendente sin denostar a otros, que se pueden expresar puntos de vista con la más alta calidad académica y con un manejo exquisito de la palabra, propio de quien practica la poesía, es reconfortante. Apreciar que existe honradez intelectual para, pese a declararse simpatizante de tesis que han alcanzado el poder, tener la valentía de disentir aún a riesgo de volverse repudiado por un fanatismo exacerbado, hace renacer la esperanza. En el mundo no solo pululan sujetos acomodaticios y mediocres, sino personas que dejan huella y enseñanzas profundas.
El hecho que Iván Carvajal defienda posiciones filosóficas diferentes y contrastantes a las que en ocasiones aparezcan en esta columna, no puede ser óbice para reconocer que es uno de los más serios pensadores del Ecuador contemporáneo, en él está presente por sobre todo el rigor intelectual. Representa una línea casi en extinción: la de los que defienden convicciones así no sean del agrado de sus compañeros de letras o de quienes en algún momento, parecieron ser acompañantes de ruta.
El otorgarle el premio a las Libertades “Juan Montalvo” es un acierto de la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos. Quizás es un homenaje en su persona al pensador profundo que mira con escepticismo todas esas alegorías en contra de cualquier pensamiento crítico, que recela de esa vocación unidimensional que quiere abarcarlo todo, que le hace interrogarse sobre el futuro de una sociedad en donde la palabra pretende ser censurada, limitada, acallada.
Es uno de los que, junto a muchos, constituyen la reserva ética de esta nación. Individuos que a través de un quehacer noble e independiente han estado prestos a decir su verdad, al margen de si gusta o no. Personas con las cuales se puede discrepar pero que defienden sus conceptos con convicción y no usan la palabra para intereses protervos, sino como herramienta para evitar que les arrebaten principios que con el tiempo se han convertido en universales e inalienables. Estas agitadas épocas han servido para separar la mies de la espiga y conocer las debilidades y contradicciones de la condición humana. La experiencia deja enseñanzas valiosas y el tiempo se encargará de colocar las cosas en su justo lugar.