Occidente se mira su propio ombligo. Tiembla con los atentados terroristas, como el de Münstern en Alemania, donde un camión arrancó tres vidas y dejó 20 heridos.
Sabe que el terrorismo integrista vive. Atiende los pulsos de poder entre Rusia y Gran Bretaña, con espías de por medio…, sabe de la crisis ya crónicas como la de Grecia. Pero prefiere olvidar las hordas de personas que llegaron desde Oriente próximo huyendo del horror de la guerra, para llenar campos de refugiados. Es la foto que no queremos ver como la del pequeño niño sirio Aylan en una playa turca, que dio la vuelta al mundo azotándonos un cachetazo en 2015.
Para América la vida sigue entre las veleidades de Mr. Trump, su desafío del Muro y un México que debe resolver las complejidades de unas elecciones presidenciales únicas, que pueden delatar la ruptura de la larga hegemonía del PRI y su alter ego de apenas dos períodos el derechista, PAN. Y López Obrador amenaza llegar al palacio de Los Pinos (¿otra debacle populista?).
Y la campaña colombiana donde el telón de fondo es el acuerdo de Paz, y las acusaciones de entrega a las fuerzas extremistas que lanzan los afectos a Uribe y la indiferencia del Presidente Santos. Y en medio un Ecuador, víctima de los desajustes internos y de los poderes de la droga que copan grandes zonas del sur colombiano y lo agreden.
En ese contexto, Lula vive su propio infierno y las huestes kirchneristas no terminan de comparecer ante la justicia lenta, impotente para sustanciar con celeridad tanto escándalo de corrupción y un Perú donde los hijos del dictador civil se han deglutido a PPK en medio del huracán de Odebrecht. El tiempo parece que no alcanza para mirar a los campos de refugiados de Guta. Allá donde la dictadura siria ha desalojado al 95% de los guerrilleros pro Islam radical, pero quedan los sin techo que imploran por comida. No, el vértigo no da tiempo para contar los siete años de trágica guerra civil y peor de listar sus miles de muertos.