Un tema pendiente es el de la Ley de Libertad Religiosa. A la propuesta de Villagómez (al más puro estilo volteriano) le ha seguido el proyecto de Murillo. Más allá de los articulados, hay que saber qué tipo de sociedad estamos construyendo. Por eso, me van a permitir que ubique mis palabras en un horizonte más amplio, tratando de moverme entre la razón y el sentido.
Yo no escribo sólo desde la memoria, sino desde la esperanza y desde la ilusión de empujar la construcción de un mundo nuevo en el que habite la justicia y reine la paz. Es decir, desde la memoria y desde la utopía del Reino anunciado por Jesús. Desde Él intento vivir, pensar y actuar. No siempre lo logro, pero ese intento es el que me redime.
Convencido estoy de que la fe hay que vivirla en el templo, en el diálogo con la cultura y en la plaza pública.. Por eso no creo en un proyecto político que sea excluyente de la espiritualidad y de la fe, que arrincone a las iglesias y las ignore. Yo soy un hombre que he aprendido a pensar, creer y amar en un espacio público y no puedo entender que por ser creyente se me haga invisible… Cierto, la Iglesia no debe de meterse en políticas partidistas, identificándose con líderes y proyectos que sólo serán amigables mientras no los critiques y estés de su parte… El mismo Código Eclesiástico no nos lo permite (me refiero a los clérigos). Pero la Iglesia puede y debe de decir algo (debe de decirlo con claridad) cuando la persona, el bien común, justicia y equidad se conculcan, cuando peligran dignidad y libertades fundamentales, cuando se ejerce un poder humillante.
A pesar de ello, no falta quién defienda un laicismo de Estado excluyente de cualquier manifestación religiosa. Lo hace amparándose en cierta racionalidad política, como si la razón de Estado (revolucionario, progresista o retrógado) estuviera por encima de todo… ¿Qué razón? No hay razón pura, sin un mínimo de fiabilidad. No hay razón, sino formas de razón y, sobre todo, de razonar. Separar fe y razón es un error. Una razón política, integradora de lo humano, siempre dejará espacio a la fe, al pensamiento, a la crítica, a la oposición… En política eso se llama respeto, concertación, ejercicio de libertad. Cualquier proyecto político que quiera reducir la fe y sus expresiones al mundo privado, encerrando a la Iglesia en la sacristía, está llamado al fracaso ético, a hacer del hombre un consumidor domesticado ante los intereses del dinero o de la troncha. No sé si en nuestro país hay muchos o pocos políticos católicos o, al menos, políticos creyentes en activo. Una sociedad democrática debe garantizarla e integrarla en el espacio público. Vale para las minorías (culturales, religiosas, étnicas…) y, con igual razón, para las mayorías.
Iglesia y Estado son dos articulaciones de la vida humana, y no las únicas. El Estado, a través de sus gobiernos, explicita y articula las respuestas a las necesidades de la vida. La Iglesia explicita su sentido e ilumina el camino del hombre, sus luchas y sus sueños.