El pasado martes, Barack Obama presentó su último discurso sobre el Estado de la Unión. Fue un mensaje definitorio. Finalmente, dejó de trazar un destino para el país y jugó por hacer un llamado moral para convocar a la compasión, al respeto a las diferencias, a la solidaridad para los refugiados, para los pobres, pero sobre todo fue un llamado a la unidad y al rechazo a la demagogia populista.
En síntesis, su mensaje fue dedicado contra Donald Trump, sin nombrarlo siquiera, quien juega con el miedo para ganar votos y que rápidamente está ganando adeptos entre las filas de los xenófobos y desempleados.
Pero no sirvió de nada. La humildad de sus palabras fue recibida con burlas no solo de Trump y de otros precandidatos republicanos, sino con ridiculizaciones innecesarias de los principales diarios conservadores del país.
El National Journal titulaba “Ninguna esperanza de grandeza” y Fox News recordaba “La increíblemente desgraciada presidencia de Obama”. La prensa conservadora ha tirado por los suelos la reputación de Obama, acusándole permanentemente de toda clase de cosas. A este bando político le importa muy poco que la economía estadounidense se ha recuperado mejor que cualquiera de los países de la OECD o que se generaron 16 millones de empleos nuevos en estos siete años, con tal de ganar elecciones.
Sí, la democracia estadounidense cada vez es más rígida, cuando no decididamente oligárquica y rehén del ‘lobby’. Pese a todo, lo mejor del juego democrático de este país es que hay una prensa libérrima, con absoluta libertad para inscribirse en el lado que sea del espectro ideológico, a veces velada, a veces desembozada, pero con total capacidad no solo para la crítica al poder, sino también para el insulto, la mofa y la sátira cómica que, últimamente, ha sido la herramienta principal para poner en evidencia la realidad que está sepultada detrás de la retórica tanto liberal como conservadora.
Qué haría EE.UU. sin sus comediantes y sin la capacidad de los políticos de tener piel de elefante para aguantar las críticas desde muchos flancos, aunque no les guste. Obama ha actuado con absoluto estoicismo, a pesar de las injusticias y humillaciones a las que la prensa le ha sometido, como cuando Bill O’Reilly, de Fox News, le gritó que mentía en una entrevista en vivo. No, O’Reilly no fue expulsado como Emilio Palacio de la Casa Blanca.
Tampoco ningún caricaturista ha sido acusado; peor tantas veces como Bonil. Puede que EE.UU. sea un sistema político en aprietos, pero ningún presidente trata de insultar la inteligencia de los ciudadanos imponiendo solo su lado de la historia.
Incluso demagogos como Trump se someten al escarnio de comediantes y periodistas, en igualdad de condiciones. Si no lo creen, vean el “Roast” de Donald en el 2011 disponible en YouTube. Sabrán qué significa realmente la libertad hasta para burlarse del poder político o económico. Sin superintendencias, sin juicios de honra.
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