En las próximas elecciones los ecuatorianos tendremos que decidir si queremos tener un gobierno muy similar al de Dilma Rousseff u otro más bien parecido al de Mauricio Macri.
Si elegimos a la opción Dilma, sería optar por el “continuismo negacional”, o sea, por más de lo mismo y, adicionalmente, con gente que niega la existencia de una crisis económica de proporciones.
En los últimos meses, el Gobierno se ha concentrado en negar la crisis y en tratar de convencernos que lo peor ya pasó y que las cosas solo van a mejorar.
Para fortalecer su punto, se han servido de un creciente gasto público (sí, el gasto público ha crecido). Para los últimos cuatro meses para los cuales hay información fiscal (julio, agosto, septiembre y octubre 2016) el gasto de todo el sector público fue 3% más alto que en los mismos meses del año 2015.
Ese aumento ocurrió mientras que los ingresos caían en 12% y solo se pudo dar gracias a más y más deuda, más y más de esa anestesia que le permite al Gobierno argumentar que no hay crisis cuando lo que ocurre es que no sentimos su fuerza, no sentimos la presencia de esa crisis que, por más que la nieguen, ahí seguirá y tendrá que ser enfrentada por el próximo gobierno, más aún si es del estilo Dilma.
Así, si la opción Dilma gana, tendrá que enfrentar una crisis cuya existencia ha venido negando y eso le producirá una violenta pérdida de popularidad. Porque tendrá que implementar todas las medidas que ha criticado. Y no lo hará por malo o porque le guste que el pueblo sufra, sino porque tendrá las arcas fiscales vacías.
Se encontrará que no tiene plata, recortará su gasto y eso, en un país que solo crece cuando el gasto público impulsa su crecimiento, será durísimo y toda la economía se ajustará con más desempleo, pobreza, etc. Y ese Gobierno continuista tendrá que buscárselas cómo navegar en el pantano que implica la pérdida de popularidad y de credibilidad derivadas de hacer exactamente lo opuesto a lo ofrecido en campaña.
La otra opción es elegir a Macri, o sea, a alguien que conoce la gravedad de la situación y que (discretamente) viene diciendo que hay que ajustar la economía a la realidad, que hay que reducir el tamaño del Estado a un nivel sostenible y que hay que crear un país que crezca porque el sector privado invierte y no porque el Gobierno lo impulsa con un creciente e insostenible gasto público.
Esa persona, obviamente, perderá popularidad porque un programa de ajuste nunca será agradable, pero no perderá credibilidad porque, en el fondo, hará lo que ha anunciado en su campaña y navegar con poca popularidad es infinitamente más fácil que hacerlo con poca credibilidad.
Ojalá sea esa la disyuntiva que enfrentemos los ecuatorianos en las próximas elecciones, porque con un poco de mala suerte, podríamos tener que elegir entre Macri… y Maduro.