De pronto y desde un ángulo del Mar Mediterráneo, la candente tragedia de Siria, se expandió a velocidad vertiginosa, hasta convertirse en un hiriente dilema moral para el resto de la humanidad.
Los alineamientos solidarios con una u otra tesis, no demoraron en descubrirse. Condenado por esta vez a un insólito el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, pasó seguramente por las más angustiosas cavilaciones de sus dos mandatos a la cabeza de la mayor potencia bélica del planeta. Según el peculiar mecanismo estadounidense desenvolvió febriles negociaciones con los líderes de los bloques legislativos, pero a poco no hubo escapatoria posible de la entera responsabilidad que a Obama le corresponde.
En suma Obama cree que la decisión de la actual autocracia de Siria en el sentido de emplear armas químicas durante la inacabable guerra civil que ensangrienta a su país, lo que provocó algunos centenares de muertos, niños entre ellos, abrió un camino que no admite retroceso alguno. Sostiene como consecuencia la opinión de que no hay cómo pasar por alto una circunstancia de tan extremada gravedad sino que debe ser sancionada por la comunidad internacional, actuando de común acuerdo. Un argumento fuerte de esta índole, mira a la pregunta de cómo debería procederse frente a otras naciones de las que se sospecha o se dispone de la certidumbre, que incluyen dentro de sus arsenales, también armas de prohibida utilización y por cierto implementos de carácter nuclear. Estos son por ejemplo, los casos de Corea del Norte y de Irán, aunque no constituyan los únicos que formen parte de esta categoría.
Cabe notar que solo Francia y su gobierno socialista, se alinean en la plena coincidencia con EE.UU., mientras que otros cercanos aliados como el Reino Unido, han creído necesario marcar las diferencias respecto de un ataque militar a Siria.
Por su parte, el temperamental señor Putin, de Rusia, lo mismo que los jerarcas chinos han dejado una y otra veces sentado, el criterio de que se oponen a la intervención militar para derribar al presente régimen sirio.
Por su parte, en el ángulo exactamente contrario, y junto a otras voces de menor repercusión, consta el papa Francisco, con una actitud que tampoco deja lugar a sombra alguna de duda, particularmente, desde el fin de semana anterior. De origen argentino y arzobispo de Buenos Aires hasta cuando fuera electo durante el último cónclave como líder espiritual de los católicos de todo el mundo se comunicó con el bloque de los jefes de Estado reunido en San Petersburgo y aseveró que la intervención militar, “solo aumentaría el odio, empeorará la masacre y además no podría ser limitada en sus efectos”.
Durante una ceremonia religiosa en la Basílica de San Pedro, Francisco enfatizó: “La guerra siempre marca el fracaso de la paz y eso es siempre una derrota para la humanidad”.