Si alguna facultad de derecho o abogado hiciera un digesto de las leyes que gobiernos autoritarios y/o democráticos redactaron en torno a las “libertades de expresión y de prensa” se encontrará con una desagradable sorpresa: la idea de la libertad es todavía una visión distante de nuestros gobernantes.
Si la entendemos como expresión natural de la condición humana para su desarrollo, es posible comprobar cómo recurrentemente normativas legales han procurado cercenar, limitar o condenar toda expresión que permita el libre flujo de las ideas y la confrontación de las mismas sin temor a ser clausurado, exiliado o condenado.
En la matriz latinoamericana es posible observar una gran tentación a caer en el autoritarismo que impide que la crítica sea el motor de la creatividad como afirmaba Octavio Paz y el gran temor a que ideas contrarias al poderoso de turno lo contradigan, demuestren su incoherencia o denuncien sus excesos.
Se teme desde el poder toda idea que lo conteste y en su nombre, se redactan constituciones, leyes y reglamentos que en realidad encubren una clara vocación autoritaria, una actitud de confrontación y persecución del otro, del que piensa diferente y del que contradice el discurso oficial.
Hay claramente una actitud de irritación, odio y resentimiento que el gobernante de turno encubre en leyes que las usa como garrote o látigo contra quien ose poner en duda algunas de sus “verdades oficiales”.
Nuestra historia, lamentablemente, es un calco repetido de hechos donde, en nombre y representación de los más variados motivos y sujetos, se han escrito leyes o forzado a la justicia para que interprete de manera favorable al poder la demostración de su actitud refractaria hacia la crítica o la contestación a sus ideas reaccionarias y verticalistas.
Lo que no sabe el poderoso de turno es que esas leyes terminan sucumbiendo ante el arrojo y la valentía de medios de comunicación y de periodistas que ante las limitaciones impuestas por el poder consiguen que el pueblo termine dando las espaldas al tirano de turno disfrazado o no de demócrata y, finalmente, esas normas pasan a ser parte del tenebroso digesto autoritario que solo nos demuestra el largo camino que aún queda por desandar en la construcción de una dea de la libertad entendida como extensión en el otro y no como limitación, cortapisa o restricción del que piensa diferente y actúa de manera distinta al poder político de turno.
La historia nuestra es la repetición reiterada del error de creernos desde el poder por
encima de la condición natural del ser humano:
Vivir libre y en libertad respetando .
Vivir valorando el disenso y la crítica.
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