Lamentando que la transición democrática en Chile también se haya afectada por sismos, réplicas y alertas de tsunami, la oportunidad es válida para aspirar a que en América Latina se pueda separar la conducción política de los extremos de derecha e izquierda y ubicarse, en la ruta del consejo expresada por el presidente uruguayo José Mujica:
“Hace rato que todos aprendimos que las batallas por el todo o nada, son el mejor camino para que nada cambie y para que todo se estanque… Queremos una vida política orientada a la concertación y a la suma, porque de verdad queremos transformar la realidad… De verdad queremos terminar con la indigencia… De verdad queremos que la gente tenga trabajo… De verdad queremos seguridad para la vida cotidiana… De verdad queremos salud y previsión social bien humanas… Nada de esto se consigue con los gritos… Basta mirar a los países que están adelante en estas materias y se verá que la mayor parte de ellos tienen una vida política serena… Con poca épica, pocos héroes y pocos villanos…”.
América Latina ha oscilado entre extremos por lo que la salida caudillista y populista ha sido un placebo necesario, pero degradante. Por eso surge, entre la tragedia sísmica del país de la ‘ loca geografía’, la esperanza de que los gobiernos de derecha- incluido el futuro de Colombia- y los de izquierda acepten en continuar con las líneas maestras de gobiernos anteriores que, sin alcanzar la excelencia, por lo menos han logrado como en el caso Michelle Bachelet, la presidenta saliente de Chile, el reconocimiento de un pueblo que escogió un gobierno alternativo pero que la despide con aplausos cuando los nervios de su pueblo están destrozados por la furia de la naturaleza.
No es previsible que las política de Estado en países como Chile o la República Oriental del Uruguay cambien radicalmente.
Pero sí es posible que la tendencia representada por la refundación de los caudillos bolivarianos o de otra estirpe, hagan un alto en el camino y evalúen el fruto de sus improntus marcados por la crispada confrontación permanente y calmen el estado de zozobra de muchos sectores de sus propias comunidades.
En estas épocas de pocas luces, las palabras de Mujica, los gestos de Piñera, sin olvidar el extraordinario o discurso de Óscar Arias en Cancún pueden ser faros éticos en el fragor de las tormentas.
Qué lastima que Brasil y Argentina no estén en el liderazgo de estos procesos.
El resto de los ‘pequeños’ no terminamos de entender la falta de solidaridad de líder sindicalista ante la violación de los derechos humanos en Cuba o la desesperación del Gobierno rioplatense para absorber las reservas constantes en el Banco de la Nación Argentina que, además, esta está causando el efecto cautivante del mal ejemplo en el Ecuador.