Dos semanas de convenciones partidistas en Estados Unidos dejan muchas lecciones sobre la política y la democracia.
Esta es la primera vez -desde Franklin D. Roosevelt- que las definiciones entre los dos partidos vuelven a ser estrictamente cuestiones de clase y, yo añadiría de raza.
Cómo no haber visto las graves diferencias entre el escenario multicolor, multiétnicos y profundamente de clase media obrera y profesional expuesto en la Convención Demócrata, con el blanquecino y elitista escenario de los republicanos en Tampa.
No es casual que los asistentes demócratas gritaban felices “la clase media primero”, mientras los republicanos fuera Obama. Y aunque muchos analistas en Estados Unidos siempre se han opuesto a la guerra de clases, creo que en esta era, la del 99% versus el 1%, marcar las diferencias se vuelve fundamental para la lucha.
Pero no nos equivoquemos, a pesar de la recesión y la crisis mundial, este no es un problema de números o tecnocrático, sino un problema político de principios. Y es ahí donde decididamente los demócratas llevaron la delantera. ¿Qué sería la lucha política sin principios? ¿Y qué es la construcción ideológica si no una construcción de principios?
Michelle Obama empezó la tarea con una frase importantísima: “el poder no cambia a las personas, solo revela quiénes verdaderamente son”.
Y continuó con algo aún más poderoso para un escenario de clase media empobrecida “lo importante del trabajo no es cuánto dinero uno hace, sino cuánto diferencia hace uno en la vida de las personas”.
El exitoso y popular Bill Clinton fue lo mejor de la convención. No solo explicó en forma simple la magnitud de los problemas estadounidenses sino que repitió incesantemente la solución más lógica, pero la menos usada en política: “la cooperación sirve más que la confrontación”. Y mientras todos esperaban un Obama golpeador y ganador, él decidió jugar sus cartas más modestas.
Si bien dijo “he tenido fallas y errores, eso no es lo importante, sino ustedes los ciudadanos, ustedes son los que hacen la diferencia y los que construyen cada día este país”. “Ningún partido tiene el monopolio de la sabiduría, y ninguna democracia puede funcionar sin acuerdos”, llamó a todos a trabajar juntos por el futuro del país.
En este mundo en que la política se ha reducido a propaganda, frases hechas y jingles sonoros, lo único que queda de fondo son las convicciones y la poca ética que se puede tener en el manejo del poder. Quienes son candidatos para alcanzar el poder nunca se preguntan ¿por qué lo quieren y qué van a hacer con él?
Al final del día, es mejor tener un líder que ofrezca caminos difíciles y sacrificios, cambios progresivos y cuesta arriba, antes que aquel que ofrece cambiarlo todo en un abrir y cerrar de ojos, siempre desde arriba, desde la obsesión de que una sola vía es posible sin discusiones como… Romney y otros.