Una marea humana desbordó Caracas el domingo pasado durante el cierre de campaña de H. Capriles. Cientos de miles de venezolanos superaron la apatía y el temor y se volcaron a las calles para respaldar al candidato de oposición y expresar su repudio a Chávez y a su dictadura disfrazada de revolución ciudadana. Los famosos motorizados, comandos gobiernistas que viajan en moto y amedrentan a los opositores a tiros, huyeron despavoridos ante el poderío inapelable de esa enorme masa que acompañó a Capriles. La sociedad venezolana se ha rebelado contra sus carceleros y ha comprendido que la organización y unidad son el único camino para recuperar la libertad.
Los populismos autoritarios del siglo XXI, mesiánicos en lo político, rentistas y parasitarios en lo económico, están condenados a sucumbir. El esquema de un estado elefantiásico y omnipresente al servicio de un caudillo termina invariablemente en un desastre económico y social que engulle a sus artífices. En Venezuela, la implacable lógica de este modelo ha provocado, entre otras cosas, la inflación más alta de América, el cierre de más de siete mil empresas y la liquidación del aparato productivo nacional, la incontrolable dependencia de productos importados, la inoperancia de los servicios estatales, particularmente en salud y educación, la corrupción rampante muy propia de un sistema sin controles ni balances y la muerte violenta de más de 20 000 personas por año. Un sistema que lleva, sin duda, el germen de su propia destrucción.
Enfrentar a Chávez no ha sido fácil. Tras varios años de errores y división, los movimientos opositores finalmente comprendieron que la unidad electoral representaba el único camino para desterrar la dictadura. Luego vino la estrategia electoral. A pesar de contar con un amplio respaldo de la clase media intoxicada por el legado Chavista, una victoria exige penetrar en las masas clientelares controladas por el Gobierno a través de subsidios y bonos. Con mucha sagacidad, Capriles se ubicó en el centro y evitó la polarización derecha-izquierda que los socialistas del siglo XXI utilizan como estratagema. Adicionalmente, prometió conservar lo bueno del Chavismo, reconstruir lo malo y avanzar hacia el futuro. Una estrategia política que se conoce como triangulación: adoptar ciertas propuestas muy populares del contendor y mejorarlas.
A pesar del férreo control estatal, el sometimiento de las FF.AA y las turbas armadas que apoyan al Régimen, todo indica que los demócratas venezolanos están decididos esta vez a sepultar la tiranía de Chávez. Cuanto dolor se habría ahorrado Venezuela si sus ciudadanos hubieran descifrado a tiempo la clara impostura de este modelo caudillista y camarillesco presentado como Socialismo del siglo XXI. Su error y penuria deben servir de lección a otras naciones del continente y del mundo.