El éxodo de decenas de miles venezolanos que cruzan hacia Colombia, con lo básico para sobrevivir durante el trayecto que les llevará a su nuevo destino, donde les recibirá un familiar o un amigo de aquellos que se anticiparon en el viaje, es una dolorosa muestra de lo que la insensatez exacerbada puede causar a una nación. Venezuela es quizás uno de los países más ricos de Suramérica. Por décadas recibió a migrantes del subcontinente y también de la Europa de postguerra, que veían en la patria de Bolívar un lugar donde trabajar y prosperar. En suelo llanero eran bien recibidos y surgían las ayudas estatales para que trabajen en el campo o en otros menesteres, con lo que fueron un aporte para convertir a esa nación en uno de los sitios más agradables para establecerse. Lastimosamente su clase política acostumbró a la población a vivir de los recursos provenientes del petróleo y descuidó mirar hacia adentro, donde a la par del crecimiento de inmensas fortunas también se hacía evidente el surgimiento de enormes barriadas, en las que escaseaban los recursos y las necesidades de sus habitantes seguían insatisfechas. De esto se aprovechó un ambicioso militarzuelo que encontró tierra fértil para, a través de diseminar una ideología que tenía como sustento fundamental el odio y la revancha, hacerse del poder y mantenerlo a través de prácticas asistencialistas que eran posibles por la descomunal riqueza proveniente de los altos valores de su principal producto de exportación.
En el camino tejieron una alianza con el país que ha sufrido la dictadura más prolongada de la última centuria en América Latina. Fue un arreglo para inyectar recursos al decrépito experimento cubano, que encontró en el chavismo un aliado inesperado para poder dar oxígeno a su decadente revolución y reemplazar el apoyo que recibía del otrora coloso soviético que, luego del colapso sufrido en la década se los noventa, apenas tenía recursos para sostener medianamente a su población.
De Cuba recibieron las instrucciones para perpetuarse en el poder. Les dieron las directrices para fortalecer su aparato de inteligencia a fin de diezmar todo brote de oposición y hacerse del control de todos los estamentos del estado. A sabiendas que no irían a ninguna parte sin el apoyo del ejército, hicieron participar a sus comandantes en negocios en los que se embolsicaron enormes fortunas; y, por supuesto, les contaminaron con el criminal negocio de la droga. Todo ello, a su tiempo, ya había sido aplicado en la isla.
Hoy el resultado está a la vista. Hiperinflación, escasez y desabastecimiento son el resultado de casi dos décadas del experimento chavista, continuado por un individuo de limitadas condiciones intelectuales. La infraestructura productiva está diezmada y la moral de la población por los suelos. A este manicomio tropical buena parte de los fanáticos de la izquierda latinoamericana lo continúan apoyando, pese a haberse demostrando que sus postulados llevados a la práctica conducen a un fracaso rotundo. ¿Cuánto más resistirá semejante locura colectiva?