El proceso de endeudamiento público del anterior y del actual gobierno ha sido acelerado, continuo y creciente. La década pasada mostró que la relación Deuda/PIB pasó del 16% el 2009 al 60% del PIB el 2016, equivalente aproximadamente a USD 60 mil millones. La colocación de bonos en el mercado internacional entre junio 2014 y octubre 2017 llega a USD 12 250 millones con una tasa de interés promedio del 9.1% anual, el porcentaje más alto de América Latina. El pago anual solo de intereses ya superó los USD 2 500 millones. Más del 70% de la deuda está contratada a tasas superior al 6% anual y a plazos promedio de 6 años. Se trata de una deuda cara, de plazo corto, que ha crecido de forma exponencial, parte de la misma tiene la garantía de activos del Estado como petróleo u oro. Una proporción importante de la deuda, caso preventas de petróleo, está atada a convenios “confidenciales”, cláusula inaudita en un acuerdo público y, para rematar, no se conoce el destino de una parte sustantiva de la deuda pública, pues la misma se la contrató sin una instancia que la evalúe o un Banco Central que la apruebe como ocurría en el pasado. Fue deuda contratada a dedo sin control alguno.
Estas cifras evidencian que la política de endeudamiento de la última década ha sido un completo desastre, cayendo inclusive en la irresponsabilidad. No solo fueron los periodos de menores ingresos cuando el gobierno anterior se endeudó en demasía sino siempre, pues en los años donde el petróleo bordeó los USD 100 el barril la deuda también creció de forma abrupta. Son señales adicionales del desorden fiscal expresado en un manejo que no respetó los más elementales principios de una sana política de endeudamiento público como es el destino de la deuda, las condiciones financieras, la no entrega de activos del Estado como garantías, que el porcentaje de deuda guarde coherencia con el crecimiento de la economía, que los contratos sean trasparentes y de dominio público, el cálculo de los impactos en empleo y crecimiento, etc.
La deuda pública produce una suerte de adormecimiento colectivo, pues la liquidez incrementa el circulante, el Estado paga compromisos, esos recursos ingresan al sistema financiero, se prestan, la gente compra y se percibe una sensación de abundancia. El problema es que el alivio es temporal y no tiene sustento en inversión, ni en exportaciones, ni en consumo sino en nuevos compromisos que tienen que pagarse en un futuro. Tapamos un hueco y abrimos otro. No obstante, endeudarse dentro de una estrategia, con un programa económico técnicamente sustentado, con un aval internacional de los multilaterales, sí puede tener sentido. Por eso no hay que “festejar” mucho cuando se revisan las metas de crecimiento sustentadas en más deuda. Favor leer lo que dice el FMI con mayor cuidado. ¿Se va la anestesia y luego?