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El bochornoso episodio protagonizado esta semana por un concejal puso la aldea bocabajo. Las redes sociales colapsaron cuando se descubrieron los detalles del culebrón a través de un sórdido video confesional.
De inmediato, la parroquia sacó partido del suceso haciendo gala de su buen humor, de sus talentos artísticos y de una extraordinaria inspiración con la que inundó los espacios de comunicación con relatos, interpretaciones, imágenes, bromas y profundísimos debates morales.
Una parte de este poblado franciscano, el más curuchupa y remordido, se puso en pie de guerra blandiendo espadas celestiales y amenazando con la ejemplar decapitación de ambos pecadores en la plaza central de la localidad. Otros condenaron (con toda razón) la cobardía del concejal que, con voz meliflua y un nivel de lectura de primer grado, le echaba la culpa de sus travesuras a una compañerita de aula. Y, por último, unos cuantos miembros del multitudinario club de los machos cabríos se lanzaron contra la dama recordándole su autoría en aquella campaña que todavía les ruboriza por el uso de una palabra que ellos jamás habían visto ni escuchado en su santa e inmaculada vida.
Luego, como era previsible, llegaron los desmentidos, y después de ellos los desmentidos de los desmentidos, hasta que, al fin, el concejal reconoció la falsedad de los hechos relatados en el video. Y, sin más, pidió perdón, confirmó que no renunciaría a su cargo e hizo mutis dejando en el escenario una plasta gigantesca.
Este tipo de hechos resultan vergonzosos en cualquier parte del mundo, por supuesto, pero cuando se producen en aldeas o caseríos alcanzan dimensiones telúricas y se convierten sin duda en “la noticia del año”. Por desgracia, esto es lo que somos, un pequeño pueblo que se estremece con un escándalo rosa y vive a tiempo completo el alboroto con las bromas, los chismes y el escarnio de cada día.
Nadie tiene derecho a juzgar ni a entrometerse en la vida privada de los otros, ni siquiera cuando se trata de personajes públicos que suelen ser los más afectados por estas situaciones. Sin embargo, en este caso hay circunstancias que deberían ser investigadas, y no me refiero a los supuestos encuentros íntimos de dos personas (allí no hay nada que rebuscar), sino a lo que habría detrás de la cobarde confesión del video (además de falsa según dijo el propio concejal), y es que resulta demasiado extraño que un servidor público grabe una declaración contra sí mismo sobre ciertos actos íntimos que no sucedieron, y que trate de leer un texto que parece no haber sido escrito por él, y que por esto se entierre él solo en la arena política, se humille, pierda credibilidad, se obligue al silencio perpetuo, y con sus mentiras (innecesarias, absurdas, ilógicas) cause daño a otras personas. Y, luego, pida perdón y anuncie que seguirá en funciones como si no hubiera sucedido nada.
¿No será que esta extraña conducta tiene alguna relación con su concejalía?