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Desmemoria y negación de la historia, satanización de los hechos, distorsión de los procesos. Desmemoria al punto que, con la ligereza que aconseja la política de coyuntura, se borró del calendario el 12 de octubre.
Negación, porque algunos “intelectuales” y otros tantos activistas se han empeñado en proponer y en difundir tesis que conspiran contra lo evidente, que reniegan del origen hispánico e indígena de los países latinoamericanos, a sabiendas de que sin lo hispánico, el mestizaje no habría sido posible. Ni habría sido posible la arquitectura del viejo Quito. Ni la Escuela Quiteña.
Lo curioso es que aquellas tesis y proclamas se hacen y se dicen en idioma español. Lo paradójico, y lo disparatado, es que, quinientos años después de los hechos que se “condenan”, se lo hace bajo la perspectiva “antiimperialista” del socialismo del siglo XXI.
Es decir, se convierte a la historia en tema de coyuntura electoral, y se niegan sus complejidades. Se incurre así en asombrosa simplificación.
En esa misma línea, se manchan los monumentos que conmemoran el descubrimiento, se escriben grafitos o, como ha ocurrido en Buenos Aires, se tumba la efigie de Colón, en acto propio de la demagogia más cerril, de esa que camina por América Latina destruyendo economías y enfrentando a las sociedades. Y reviviendo tesis fracasadas.
La historia está constituida por hechos, por procesos y por personajes. Está constituida por pueblos y culturas. Está determinada por ideas, creencias y recuerdos, por mitos y leyendas también. Es la más compleja experiencia humana, la más rica y contradictoria, sublime y feroz a la vez.
Los países serios, con dirigencias e intelectuales maduros, con historiadores de verdad, trabajan por asumir el pasado, articularlo en el presente y proyectarlo al futuro. Y todo eso sin complejos ni túnicas rasgadas, sin negaciones, sin antifaces, y sin las distorsiones que impone la coyuntura.
Pero, si a lo que se aspira no es a la cabal comprensión de lo que fuimos, entendiendo a las sociedades en la perspectiva de su tiempo, lo que se quiere no es hacer historia, sino incurrir en política. Lo que se quiere es escribir un panfleto.
El descubrimiento, la Conquista, la colonización, y los procesos que esos hechos desataron no están exentos de complejidad. Entenderlos, asumirlos, es uno de los retos de sociedades que, como las latinoamericanas, han llegado a los extremos de meterle a la historia en la coyuntura, de idealizar, a su turno, a los unos y a los otros, de negar las evidencias o de vestirlas, según convenga, de negarse a poner los pies en la tierra y a escribir, alguna vez, lo que fue la historia.
La única forma de ser países es ser veraces, dolorosamente honestos. Allí está el secreto.