No es ahora, cuando los europeos reviven las crisis, ajustes y protestas vividas hace años por América Latina, que aparece la creciente desigualdad social en Europa. Baja el ingreso y el acceso a servicios que significaron el bienestar. Ya van más de tres décadas que en las sociedades del Estado de Bienestar, salvo excepción, se reconstituye la desigualdad social en los hechos y las ideas. Se rehace el camino que con luchas sociales y utopías se construyó en el XIX y XX. Con ligereza se atribuyó de ello al neoliberalismo, cuando este pudo ser la justificación de procesos antiigualitarios que venían desde antes.
En las sociedades que tuvieron acceso a servicios de salud para todos, se cuestiona su viabilidad, su costo excesivo e incluso sus prácticas, por nocivas para la persona. En Canadá, el libre acceso al servicio de salud significó una exorbitante demanda de visitas al médico o al hospital, de cirugías, de medicamentos, de médicos, de enfermeros, sin que necesariamente se conozca un vivir sano sino un mejor vivir enfermo. Médicos se hicieron ricos, contra la ética multiplicaron sus actos. Todo ello implica costos que nadie puede ni quiere asumirlos.
Las sociedades nórdicas de tradición socialdemócrata, las más igualitarias, tratan de mantener su Esta-do intervencionista, con nuevos aportes de cada cual y reducción de gastos. Pero, si se quiere evitar restablecer la desigualdad social, en cualquier caso las sociedades contemporáneas viven la contradicción entre libre acceso a servicios y austeridad. ¿Por qué este acceso tiene que ser en el dispendio y abuso? Es indispensable rever el sentido de vivir los derechos. No sólo por costos o porque la naturaleza no puede darnos recursos para tanto dispendio, sino porque la igualdad social no es un simple regalo o derecho, es también responsabilidad consigo mismo y con el colectivo. La facilidad con que se crea dependencia de servicios médicos sin llegar a una vida sana, con que se incorpora más máquinas, análisis, medicamentos para un mes o un año de vida artificial, muestra una irresponsabilidad dispendiosa. Lo mismo pasa en los otros servicios públicos.
Pretender resolver la desigualdad como el simple acceso a la abundancia, además de no ser viable, resulta irresponsable, es un modo pasivo de vivir un derecho y no una activa definición de lo que cada cual aporta al bienvivir. Aprender la austeridad resulta lo revolucionario, pero las lógicas de redención promueven la mágica idea que habrá recursos sin fin y hacen ciudadanos pasivos. ¿No podremos crear más igualdad de modo austero? Más iguales, menos ricos. El mejor camino a la igualdad no es llevar a todos al mundo del desperdicio. América Latina vive procesos de acceso a más igualdad social sin un proyecto ciudadano que le dé sentido y defina una ética pública. Es otro desperdicio.