Carlos Marx tenía un gran problema: desconfiaba de los seres humanos. Ahora, a los 200 años de su nacimiento, parece interesante analizar su profunda desconfianza en la capacidad de los seres humanos de resolver problemas.
Cuando él escribió El Capital, la industrialización de los países que él conocía de primera mano (Alemania e Inglaterra) había producido mucha riqueza, pero también mucha desigualdad. La pobreza de los proletarios era extrema y Marx concluyó que esta injusta situación iba a culminar en un conflicto que se resolvería con un cambio de modo de producción, para pasar de uno capitalista a uno socialista. Quizás algo así hubiera ocurrido si esas sociedades no hubieran sido capaces de resolver sus problemas sin conflictos. Pero los resolvieron y eso destrozó las predicciones marxistas.
Esos países y muchos otros más, incluido el Ecuador, han conseguido crear sociedades más justas e incluyentes. Obviamente hay miles de problemas, pero la justicia, la igualdad y la pobreza de hoy no tienen nada que ver con la situación social de hace 151 años, cuando se publicó El Capital.
De esa manera quedaron destrozadas todas las predicciones marxistas sobre esa lucha de clases basada en una lógica consistente en tres momentos (tesis, antítesis y síntesis, descritos en el marco del materialismo dialéctico), así como todas sus consecuencias, que Marx y sus seguidores consideraban tan inevitables como deseables.
Porque mucho del análisis marxista está influenciado por esta desconfianza acerca del ser humano, desconfianza que les impidió predecir el desarrollo de la seguridad social alemana o del sistema de salud británico, por citar ejemplos de países cercanos a él.
Y de esa desconfianza también se deriva la desesperación tan típica de la izquierda por querer cambiar al ser humano y crear un “nuevo hombre socialista”, en lugar de aceptarnos tal como somos, en lugar de ser tolerantes con esa distancia que hay entre lo que las personas somos y lo que un grupo quisiera que seamos.
A las personas nos gusta tomar una cerveza los domingos y eso no se cambia prohibiendo su venta ese día. Y las personas somos lo suficientemente maduras para decidir qué medio de comunicación elegimos para informarnos y era absurdo que la Supercom nos dicte qué ver o leer. Y a muchos no les interesa llegar al nirvana utópico del sumak kawsay de los abrazadores de árboles. No somos como la izquierda quiere que seamos.
Cuando ha pasado más de un siglo y medio desde que se predijera el “inexorable” paso de esclavitud a feudalismo a capitalismo a socialismo y a comunismo y de que nada de eso se haya cumplido, quizás parte del error estuvo en no confiar en la naturaleza humana ni en su capacidad para evolucionar y progresar.