La foto de los autores de ‘El Gran Hermano’ en la rueda de prensa brindada luego de conocer el fallo de la jueza que los condena al pago de una indemnización por daño moral, refleja esa sensación de incertidumbre por la que deben estar atravesando una gran cantidad de comunicadores sociales, que no alcanzan a comprender cómo esa persona que cuando candidato se hacía eco de su lenguaje, de sus aspiraciones, que amplificaba sus denuncias contra los poderes de turno, ahora encumbrado en el poder los maltrata y los tilda de corruptos, ya que las generalizaciones no hacen distingos, los enjuicia y les requiere que se disculpen, cuando en su fuero interno deben estar convencidos que lo único que han hecho es realizar su trabajo. Deben haber dado por descontado que su práctica permanente de hablar sin tapujos era algo aceptado que jamás podía ser puesto en discusión. Peor aún que poder alguno desplegara una campaña que les ponga a la defensiva, que les consuma el tiempo en argumentaciones. Pensaron que cada ecuatoriano tenía como principio fundamental el poder expresar sus ideas como a bien tuviere, no calcularon que la propaganda dirigida podía poner en entredicho algo tan elemental.
Ahora contemplan estupefactos cómo esas libertades de las que gozaron se encuentran en peligro. Miran con estupor la forma en que se van sumando los ataques y las descalificaciones. Su trabajo ha sido objetado, su verticalidad y honestidad puesta en duda. Observan absortos cómo por realizar un trabajo honesto se cuestiona su dignidad. Probablemente ni en su peor pesadilla pudieron concebir un ataque de esa naturaleza, peor aún que quién los impulse no provenga del tan odiado status quo. En un inicio lo veían como uno de los suyos, para después preguntarse una y mil veces las razones de fondo de este ataque, para terminar por preguntarse si el proyecto que ayudaron a cimentar era el esperado.
Ahora cuando por la naturaleza de trabajo deban cuestionar al poder y confrontarlo, tarea normal en cualquier democracia, se verán expuestos. Esa será la consecuencia de esta forma de amedrentamiento. No se sentirán cómodos al ejercitar su labor, sabiendo que si algo se encuentra por fuera de lo aceptado en los círculos oficiales provocará la ira gubernamental. Una de sus principales reflexiones será cómo llegamos al momento actual y cuál fue su grado de participación y responsabilidad en lo sucedido.
Es algo tarde para lamentaciones, pero de ninguna manera esta lección podrá pasar desapercibida. Como nunca debe reafirmarse que la tarea de informar debe basarse en principios sólidos, sostenidos en la ética, los que jamás se deberán claudicar por más amenazas que se ciernan al derredor. Esa es la esencia del oficio. Renunciar a ello sería matar esta actividad. Habrá que luchar día a día por defender el derecho a expresarse en libertad.